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Y todos fueron felices (0-0)

  • El conjunto de Paco Jémez agarró el punto que necesitaba para disputar el 'play off' ante un Celta que ya es de Primera. Ambos actuaron con prudencia y ni pisaron las áreas

El Valladolid, con la ida en El Arcángel, y el ganador de la eliminatoria Hércules-Alcorcón, también con la resolución a domicilio. Ése es el camino que le queda al  Córdoba para subir a Primera División, la categoría que ayer abrió los brazos a un Celta que llevaba siete victorias consecutivas y acató sin discutir ese empate que todo el mundo daba por hecho. En un evidente pacto de no agresión, sin goles ni tarjetas y con apenas cinco faltas, un Balaídos a reventar festejó el ascenso de su equipo ante el CCF, que en esta temporada, la de la ilusión, ha tenido que sumar 71 puntazos para certificar su billete para el play off como sexto porque ningún rival directo -el Almería se quedó a las puertas- falló en la última jornada.

 

Paco Jémez escondió alguna carta en la primera mano. El entrenador cordobesista reservó a Gaspar y Charles e incluso dejó fuera del banquillo a Pepe Díaz, apostando por Tena, Fuentes y Patiño en un 4-1-4-1. Por su parte, Paco Herrera apostó por su once de gala, el bloque que básicamente ha devuelto al Celta a Primera cinco años después.

 

Los 22 elegidos se conjuraron en sendos corros -Alberto García llevó la voz cantante en el grupo de rojo- antes de que Hernández Hernández aguardara un par de minutos para sincronizar el arranque con el del resto de encuentros del desenlace liguero. Sacó el Córdoba e Iago Aspas salió presionando como un poseso, mas sólo fue un espejismo. El cuadro visitante se puso a tocar con la venia de la grada, que jaleaba jocosamente las cesiones a Alberto García. Sí hubo algún hincha que se levantó, airado, por un empujón de Carlos Caballero a Aspas (su niño bonito, su pichichi del alma) que el árbitro pasó por alto.

 

El CCF seguía sobando la bola, fundamentalmente en su propio campo. La primera ola en el estadio, a los siete minutos, coincidió con un cambio en el dominio de la posesión. Qué más daba. Porque las combinaciones eran inocuas. A la hora de la verdad, en los últimos metros, los jugadores levantaban el pie del acelerador: lo hizo Aspas en una situación apurada para Alberto.

 

La película no se salía ni una coma del guión preestablecido. Ni un disparo, ni siquiera una falta; la primera infracción, de López Garai, se produjo al filo del cuarto de hora. A pesar de todo, la marea celeste se divertía hurgando en la herida del Valladolid, cuyo triunfo resultaba estéril -incluso el Guadalajara empató en Zorrilla antes del descanso-. Por su parte, el gol del Hércules en Huesca bajaba al Córdoba a la sexta plaza. El inminente pulso de Jémez con Djukic, a quien no le deseaban salud precisamente en Vigo, ya estaba servido.

 

Se trataba de cualquier cosa menos de correr riesgos. A Mario Bermejo ni se le pensó por la cabeza disparar en una posición franca, aunque lejana, y Ximo Navarro pidió el cambio al sentir unas molestias. El defensa cedido por el Mallorca se retiró bajo una ovación y Alberto Aguilar, y no Gaspar, enmendó la vacante en el eje de la zaga. También hubo guasa en la grada con el primer centro del área, colgadito por De Lucas y blocado por Alberto García.

 

El Hércules ya vencía por 0-2 en El Alcoraz y el Almería se imponía al Alcoyano. Todo muy lógico. La tabla sólo podía dar un vuelco con algún tanto en Balaídos, algo harto improbable -el público llamó la atención a Dubarbier por dos acciones más ofensivas de lo normal y a Patiño por atosigar al portero Sergio con excesivo afán-, o en Soria, donde el Alcorcón necesitaba marcar para ser cuarto y no encajar para no verse apeado del sexteto de cabeza a última hora. El buen rollo imperaba.

 

La tónica no varió tras la reanudación. Toque, toque y más toque en el césped, por un lado o por otro. Y fiesta, fiesta y más fiesta en las butacas: el Guadalajara se ponía 1-2 en Pucela. Y poco después, 1-3. El ascenso olívico estaba visto para sentencia y ya el interés se concentraba en saber qué posición ocuparía el Córdoba en la tabla definitiva. 

 

Fede Vico, relevo de Caballero en el minuto 55, también fue recibido con alegría. Como otro envío al área de De Lucas, aún menos peligroso que el del primer periodo: nadie fue al remate. O como un saque de banda concedido por Alberto Aguilar porque Orellana se había hecho daño. Ante todo, deportividad.

 

La hinchada celtiña se sabía en Primera y el Córdoba apenas precisaba una diana para acabar cuarto, aunque era pronto para intimidar al anfitrión. Cada vez eran menos los que aguantaban sentados cuando Airam Cabrera reemplazó a Borja García en la última sustitución visitante. Faltaban 25 minutos. Y retumbó la Rianxeira.

 

Joan Tomás suplió a Orellana en el primer cambio de Herrera y Balaídos comenzó a botar. Y a gritar: "¡Este partido lo vamos a empatar!". Al Córdoba ya no le valía un gol para ser cuarto, sino quinto, porque el Alcorcón había derribado la muralla numantina. Y continuó amagando, nadando y guardando la ropa en la zona de tres cuartos enemiga, ya con el idolatrado Aspas en el banquillo.

 

David Rodríguez entró por Mario Bermejo en el 86' y el celtismo vivió de pie el minuto y medio de prolongación. Vigo había amanecido engalanada, con los edificios adornados por banderas y bufandas, y el celeste se fue derramando sin remisión con camisetas de Mostovoi, Karpin, Revivo… La época dorada. Han tenido que pasar 210 jornadas, con el CCF de Jémez como primer y último rival, para cerrar el círculo y poner fin a un lustro ajeno a la elite. Cayó la noche y la localidad gallega se entregó a la fiesta en As Travesas. Ahora le toca a Córdoba, que no disfruta de la Primera desde hace cuatro décadas. Es la hora.

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