Tribuna

Antonio rivero taravillo

Regreso de José María Souvirón

Entramos en casa de Azorín y conmueven los apuntes necrológicos dedicados a dos grandes enfrentados: el orondo Foxá y el enjuto Prados

Regreso de José María Souvirón

Regreso de José María Souvirón / rosell

Que los esquemas generacionales sirven para facilitar someramente el estudio, pero solo eso, es algo que resulta algo evidente cuando se piensa, por ejemplo, en dos poetas malagueños que rompen las costuras de la Generación del 27 (sobre la cual ni siquiera hay consenso en lo concerniente a su nombre y sus límites temporales). Son José Moreno Villa (1887-1955), que enlaza por edad con la generación anterior, y José María Souvirón (1904-1973), quien, velando sus primeras armas en la Generación del 27 aún en agraz, ha sido luego encuadrado, por el resto de su trayectoria, en la del 36.

Souvirón tuvo, para su inclusión plena en el 27, el problema de haber residido en Chile de 1932 a 1936, tras haberlo hecho un año en París, y cuando regresó a España lo hizo para integrarse en el bando nacional, lo que lo hizo antipático para muchos. Más tarde volvió a vivir, catedrático y editor, otra temporada en Chile hasta los años cincuenta. Fue por ello un escritor a destiempo y desubicado, aunque adquirió cierto éxito como novelista. La prensa también acogió ampliamente sus colaboraciones.

Pero desde su muerte, a las puertas de la Transición, su obra y su persona habían ido cayendo en el olvido. Para remediarlo, en los últimos años se han venido publicando los diarios que dejó inéditos, que cubren los tres últimos lustros de su vida. Los han sacado, a partir de los cuadernos del malagueño, de tan limpia caligrafía, Javier la Beira y Daniel Ramos en una edición pulcra de cinco tomos del Centro Cultural de la Generación del 27. Es justo que así sea, pues Souvirón vuelve así al entorno de sus amigos Manuel Altolaguirre (un curso por detrás de él en el colegio de El Palo), Emilio Prados y José María Hinojosa, mecenas de su primer libro. El segundo surgió de la mítica imprenta Sur, donde nació la no menos importante revista Litoral, con sus suplementos, donde vieron la luz los primeros libros de varios poetas del momento, como Cernuda, que en 1927 dio a la estampa allí Perfil del Aire.

Acaba de publicarse también, al cuidado de José María Barrera, un volumen con los primeros libros poéticos de Souvirón (de nuevo gracias al Centro del 27): Obra poética de vanguardia. Pero es difícil estar de acuerdo con su título, porque ahí vanguardia se ve poca: solo un levemente insinuado surrealismo y más bien un aire de romances lorquianos (el malacitano conoció al granadino cuando estudiaba Derecho en la ciudad de este) y, en cierto momento, cuando hace el viaje a Chile con su esposa, un latente homenaje al Juan Ramón Jiménez de Diario de un poeta recién casado.

Con ojos de hoy, tal vez lo más interesante de Souvirón sea precisamente lo suyo póstumo, ese diario extenso escrito en una época en la que no era nada frecuente el cultivo del género en España, más allá de algunos tanteos y prácticas guadianescas. Francófilo (de hecho, su apellido paterno es transpirenaico), puede que el autor de estos diarios tuviera presentes los numerosos Carnets que tantos escritores de lengua francesa han pergeñado. Los de Souvirón son valiosos porque presentan a un acongojado por varias desgracias y sacudido por numerosas zozobras, no exentas de violencia y, como se trata de escribir para sí mismo y desde cierta posición, un tono a menudo áspero y muchas veces descalificador.

Muy religioso pero nada clerical, cercano al falangismo de camisa nueva un tiempo y luego funcionario del franquismo y copartícipe de sus empresas culturales como director que fue de la Cátedra Ramiro de Maeztu del Instituto de Cultural Hispánica, Souvirón es una valiosa fuente para conocer los entresijos de aquellas décadas en Madrid, pero también en cierta Málaga constantemente visitada, y en otros lugares. Destacan una estancia en Chile, con sus hijos que residen allí, y un viaje por Italia en compañía de Luis Rosales, Leopoldo Panero y otros (siempre halla solaz en Panero y su familia, y dice que sus hijos, a los que hemos conocido ya como ruinas, eran unos “chicos extraordinarios”).

Por trabajar en el vórtice de la proyección cultural española en Hispanoamérica, también hay copiosas comparecencias de grandes poetas de aquellas tierras, como el colombiano Eduardo Carranza o el nicaragüense José Coronel Urtecho. Vemos dar una conferencia al mexicano (mejicano se escribía entonces) José Gorostiza. Entramos en casa de Azorín y conmueven los apuntes necrológicos dedicados a dos grandes enfrentados, tan distintos: el orondo Agustín de Foxá y, llegada la noticia transatlántica, el enjuto Prados.

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