Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Hormigas y bolardos

No. No ha podido ser, la violencia, la sinrazón o la locura, ha tenido que ser, para nuestra desgracia, el gran protagonista de este verano

Flores en el lugar del atentado en Barcelona Flores en el lugar del atentado en Barcelona

Flores en el lugar del atentado en Barcelona

Toc toc, despierta, que es septiembre. Ya estoy, ya estoy. ¿Sí? Pues abre los ojos. Los abro. Y frente a mí un nuevo coleccionable que coleccionar en sus dos primeras entregas, que luego cambia de precio y ya no trae cuenta. Frente a mí los estuches, las mochilas, los libros por forrar, rotuladores, lápices y reglas, atrezzo escolar. Frente a mí los cromos de la Liga, Asensio colando goles estratosféricos, bufandas y camisetas, himnos y escudos. Frente a mí la tarjeta del gimnasio, mi primer gimnasio, mi primera vez frente a esos terroríficos aparatos que te desafían entre una nube de sudor. Frente a mí la realidad, este hoy que bien podría ser un eco de ayer, pero que no deja de ser el portal de ese futuro que imaginamos o deseamos. Las alarmas han despertado, despertándonos a todos, cinco minutos más, suplicamos, y como estrictas merkeles, incluso como thatchers de acero y fuego, repiten su letanía. Aquí estamos, aquí seguimos. Como cantaron el Dúo Dinámico, banda sonora de esa serie que nos acompañará el resto de nuestras vidas, sin o con reposición al canto, el verano se va, se acaba, volvemos a tener control horario, volvemos a entregarnos a los días y sus cosas, aunque en verdad nunca dejamos de hacerlo. Tal vez creer lo contrario sea suficiente. Sí, se va el verano, y nada me gustaría más que el resumen del verano fuera otro, bien diferente. El verano de Neymar, no me habría importado, sin pudor le habría adjudicado el papel protagonista, en esa comedieta de dinero, bochorno y especulación en la que se ha convertido el fútbol. No quiero recordar la cifra porque me parece tan obscena y desmedida que proclamarla lo entiendo como haber caído en la red de la codicia. Eso sí, impagable la imagen de esos dos abogados, como sacados de una secuela de Fargo, que cargaban el dinero en una maleta, a las puertas de la Federación.

Sam Shepard, a pesar de la tristeza de su pérdida, maldita ELA, podría haber sido un digno protagonista para este verano que se nos va. Recordar sus películas, recordar sus libros, sus poemas. La buena suerte consiste en caer del lado izquierdo del Azar. Durante años quise ser Sam Shepard, una especie de Leonardo contemporáneo: magnífico actor, brillante escritor, capaz de enamorar a la Jessica Lange más deslumbrante, ¿qué más dones o habilidades puede tener un hombre? Y, por supuesto, me habría encantado que la gran noticia de este verano hubiera sido la de esa hormiga, solitaria y minúscula, recorriendo el busto de la Dama de Elche, esa Princesa Leia originaria e ibérica. Una hormiga que, como Tom Cruise en cualquiera de sus misionesimposibles, ha desafiado todo lo desafiable y se ha colado en esa escafandra hermética con la que la valiosa obra pretende ignorar el tiempo y sus poluciones. Una diminuta e insignificante hormiga que ha acaparado las portadas de los informativos, cumpliendo así el sueño de la otra célebre hormiga, la Atómica. Habría sido la protagonista veraniega más insospechada de cuantas hemos tenido a lo largo de los veranos, muy por encima de los expositivos primeros baños de la Obregón y, por encima, que ya es decir, de Andrea Janeiro, en este su primer verano de rostro sin la máscara de píxeles.

No. No ha podido ser, la violencia, la sinrazón o la locura, el extremismo, el fanatismo, el terrorismo, da igual el collar que le queramos colocar a este perro rabioso y repugnante, ha tenido que ser, para nuestra desgracia, el gran protagonista de este verano que se nos va. Este verano sin verano en Las Ramblas, corazón de la Barcelona más jaleosa y hospitalaria, referencia de Catalunya, genuina imagen de la piel de España. Y tras la tragedia que prefiero no recordar, hago todo lo posible por eliminar de mi memoria esas imágenes que nunca nos deberían haber ofrecido, el esperpento, el ridículo, la demostración de que esa España casposa, de apaños y retortijones sigue tan presente como siempre. Y hablamos de los bolardos, esa palabra que ya forma parte de nuestro decorado vital, esos nuevos escudos que nos protegen del terror, del fanatismo, de eso como quiera llamarse. El mejor bolardo, como contemplaba hace unos días, tal vez sea una pila de libros, o una urna, o una canción, o un beso, o una hormiga que, diminuta, solitaria y atrevida, pasea por la nariz de la Dama de Elche.

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