Tribuna

David Moscoso

Parlamentario andaluz de Podemos por Córdoba

Andalucía, tres décadas después

Andalucía, tres décadas después Andalucía, tres décadas después

Andalucía, tres décadas después

Hace unos días, hablando con mi antiguo director de tesis doctoral, éste me preguntaba por qué motivo nuestra tierra necesitaba de una marea andaluza. Y a mí me vino a la cabeza mi primera intervención pública en la vida política, el 7 de marzo de 2015, durante la campaña electoral de Andalucía. Entonces recordaba los inicios de los años ochenta en nuestra tierra con palabras de Rodríguez de la Borbolla: "El pueblo andaluz sufre, su situación es grave. Las cosas en Andalucía están muy mal, realmente mal. Hay paro y pobreza por todos lados". A Rodríguez de la Borbolla le tocó sufrir unos tiempos duros, cuando el 14% de la población activa de Andalucía estaba en el paro y el 24% sufría pobreza. En aquellos tiempos también había emigración, alrededor de 30.000 personas al año.

Es cierto que nuestra sociedad no es la de aquellos tiempos. Es cierto que la modernización de Andalucía ha permitido proveer servicios públicos, infraestructuras y bienestar a la sociedad andaluza, en estos treinta y tantos años de Autonomía -faltaría más, cuando en el resto de Europa iban muy por delante-. Pero también es justo reconocer que buena parte de esos logros se deben al esfuerzo de una ciudadanía que ha trabajado hasta la saciedad por transformar nuestra tierra, por darle a sus hijos e hijas las oportunidades que ellos nunca tuvieron.

Sin embargo, tres décadas después de la experiencia de gobiernos socialistas en Andalucía, el diagnóstico de Rodríguez de la Borbolla sigue vigente. Hoy, en Andalucía más de tres millones de andaluces se encuentran en situación de pobreza, o en riesgo de estarlo, según Cáritas Diocesana (el 43%, y más de la mitad de nuestros hijos). Cerca de un millón de personas están desempleadas, según la Encuesta de Población Activa -más del doble de las que lo estaban en los años en que gobernaba Rodríguez de la Borbolla-, siendo dramática la situación de la juventud (medio millón de jóvenes andaluces, el 62% de la población joven), que no encuentra trabajo o que lo hace en condiciones de precariedad. Cerca de 65.000 andaluces y andaluzas se han marchado al extranjero en los últimos seis años, la mayoría jóvenes y cualificadas, en las que hemos invertido nuestro esfuerzo y capital, ante la falta de oportunidades que les ofrecía nuestra tierra. Y más de 15.000 desahucios han lanzado a la calle a miles de familias y otras decenas de miles padecen pobreza energética.

Nuestro gobierno autonómico ha sido incapaz de impulsar un proceso de industrialización, apostando por un modelo de economía sostenible, un mejor aprovechamiento de la industria de transformación agroalimentaria, y una apuesta decidida por la I+D+i, que impidiera que esos miles de jóvenes cualificados emigraran a Alemania, Inglaterra o Estados Unidos, donde ahora generan actividad económica y riqueza. En estas tres décadas y media, nuestro gobierno autonómico no ha logrado avanzar en la creación de empleo, aún ni tan siquiera en periodos de burbujas inmobiliarias y turísticas. Y el sector público se encuentra resentido, deteriorado, por la continua externalización de servicios, como los de atención de emergencias, dependencia y ayuda a domicilio, además de las residencias de mayores, los comedores escolares, el mantenimiento de hospitales, los servicios de limpieza de nuestras universidades, los centros de menores, los servicios de intervención en discapacidad e inmigración y, con ellos, derechos, que poco a poco dejan de tener carácter universal, público y de calidad. Ello, sin entrar en el deterioro de las condiciones laborales entre quienes trabajan en empresas externalizadas.

Así las cosas, y, en un momento en el que Andalucía necesita hacer balance de estas décadas, y resetearse como proyecto político, cabe preguntarse si es razonable que nuestra tierra se encuentre en esta situación, que se frustren las expectativas que los padres y madres fundadoras de Andalucía, que hicieron posible la existencia de nuestras instituciones, nuestro Estado de Derecho y nuestros servicios públicos. Los mismos padres y madres que hoy ven cómo esas mismas instituciones les dan la espalda, e impiden que sus hijos y nietos puedan prolongar con la dignidad a la que aspiraron con su esfuerzo un futuro a su lado, en su tierra, con trabajos dinos y con servicios públicos de calidad.

Y cuando, como ocurrió hace unos días en el Parlamento de Andalucía, se contempla la felicidad autocomplaciente, pero inerte, de un Gobierno que ha tenido más de tres décadas para que nuestra realidad no tuviera que seguir sufriendo el paro, la pobreza y la emigración, para que nuestros servicios públicos se encontraran garantizados en las mejores condiciones posibles, y para que nuestra economía resistiese las crisis que resisten las economías del norte de Europa, más aún en una tierra rica en recursos naturales y humanos, cabe preguntarme: ¿Qué nos hace falta para dar un giro a esta situación, si no es la fuerza y la voluntad de la gente corriente, que aspira a hacer de Andalucía una tierra con futuro? ¿Qué nos hace falta, pues, si no una Marea Andaluza de gente participando de la vida política, y renovando la cultura democrática de nuestras instituciones y el proyecto político de la Andalucía del futuro? Pues bien, esta fue la respuesta que le supe trasladar a mi querido profesor, amigo y mentor.

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