Camarón cantó también, con la magia de Paco de Lucía en seis cuerdas, que quería verlo todo, de día y de noche, claro como el agua. Con esos mimbres, para intentar hacer el mejor cesto posible en lo mío, me he pasado la semana muy fuera, pero mucho, de casa y entre trabajo y un poco más de trabajo he sido atrapado por la atmósfera envolvente, que allí se inventaron seguro las dos palabras, atmósfera y envolvente, de la gran, grandísima, manzana. New York City es para valientes, atrevidos, desvergonzados, locos y soñadores que, incluso a su pesar, mantengan un trozo de sus pies en el suelo para seguir estando en su vida, que sí, que a veces duele (Camarón, again), y volver si deben, quieren y pueden. Yo he ido. Y repetiré. E igual me quedo. Pero también vuelvo, porque volando vengo.

Nueva York es gigante. Más rápido. Más intenso. Más lejos y mucho más cerca. Más caro y más accesible. Más brillante y menos complejo. Es una contradicción inmensa, un secuestro de la mente, gobernada por las imágenes en bucle de las pelis que has visto, de las noticias que has escuchado, de los tópicos que has asumido, para bebértela de un trago (largo, trepidante, frío de hielo, caliente de garganta) y decirte mientras lo bebes que no, que no es cierto, pero confesarte, cuando has acabado, que sí, que sí que lo es.

En la maraña de arriesgados cabs amarillos y enormes suburban negros que enfilan la 47 con Times Square, unos que vienen de la Quinta para Broadway, otros que llegan de Madison para la Octava, el paso de peatones te da para pensar (zapato negro, traje gris, camisa blanca, corbata azul, bufanda, abrigo y mochila) que la carga de tus propósitos será más o menos igual que la de los desconocidos que te cruzas en ese Babel contemporáneo donde el inglés no es más que otro vehículo útil. Claro que también hay turistas, despreocupados y extasiados por la atmósfera envolvente (¿ya lo he dicho?), pero ¿acaso no es un propósito más disfrutar? Yo he tenido la fortuna, lucky man, de atravesar los días con Luis y David, de quienes he aprendido, a quienes he conocido más y, por encima de todo, con quienes he tomado buena nota de la única clave que importa de verdad. Darles las gracias es poco trabajo. El verdadero que me queda es triunfarlo juntos. La clave que importa es la pasión.

Tras las gárgolas del Chrysler, el tránsito de Central Station y los cristales del World Trade Center, encontré gentes brillantes, estupendas, preparadas como pocas vi. Jim, Ángela, Michael, Lewis, Jason, Ahsley, Rebecca, Félix… Diferentes entre sí, les une una línea común: la pasión. Saben mucho de lo suyo y lo hacen por pasión. Esa es la diferencia crucial. Pueden errar. Ya les pasó. Pero aquí están, porque también acertaron. Claro como al agua me ha dicho Nueva York que hecho es mejor que perfecto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios