Existe un consenso entre todos los partidos españoles, a izquierda y derecha: todos dicen actuar buscando el interés general. Si algo ha quedado claro durante las sesiones de la funesta moción de censura que ha conducido a la presidencia del gobierno al tenaz Pedro Sánchez a lomos de independentistas, filoetarras y populistas es que es un acuerdo puramente formal. Además de la incomprensible ausencia de Rajoy durante la tarde del jueves -los gestos son importantes-, si hubo un ausente durante la sesión fue precisamente el interés general. Los intereses particulares, unos personales y otros de partido, prevalecieron sobre los generales, abocando a un final de legislatura incierto.

Como no he votado nunca a Pedro Sánchez y estoy casi seguro de que no lo haré jamás, su deslealtad e irresponsabilidad, su desprecio a la verdad y sus envenenados apoyos (una mínima decencia -de la que parece carecer- debería haberle llevado a rechazar explícitamente los votos de, al menos, Bildu y el señor Rufián) me escandalizan éticamente pero no me sorprenden. No esperaba otra cosa de quien plantea una censura a un gobierno por una sentencia -que todavía no es firme- por asuntos de corrupción mientras en Andalucía ésta campa por sus respetos o la financiación del PSOE valenciano está más que en entredicho e investigados por ese motivo casi todos los colaboradores de la exministra Beatriz Corredor que, en el colmo de los sarcasmos, suena para ocupar una cartera en el nuevo gobierno.

Sí esperaba más, en cambio, de la reacción del PP. La explicación de la secretaria general al justificar la decisión de Rajoy de no dimitir fue lamentable, al decir que no garantizaba que el PP siguiese en el gobierno, y proyectando la idea de que eso era lo único importante: el interés general pisoteado de nuevo. Creo, no obstante, que si bien la decisión de no convocar elecciones antes de la moción fue suicida, la de no dimitir fue correcta, evitando una sesión de investidura en la que con seguridad Podemos habría exigido y obtenido importantes carteras ministeriales. Quizá sea el penúltimo gran favor de Rajoy, esta vez sí, a los intereses generales.

Ante la magnitud de lo ocurrido, muchos votantes del PP -intuyo que también no pocos dirigentes- nos hemos debatido entre dos extremos. Entre la adhesión emocional y el apoyo incondicional al líder caído y el enfado por no haber evitado la investidura de Sánchez. Creo que, pasada la furia inicial, prevalecerá la primera si desde la generosidad y con un nuevo liderazgo, consigue refundar y regenerar un partido que, visto lo visto, es más necesario que nunca. Imprescindible diría yo.

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