Aunque se iniciaba con una sensación de éxito del gobierno por haber conseguido la aprobación de los Presupuestos, la semana terminaba con una seria amenaza de demolición de cualquier espacio de acuerdo entre los partidos para afrontar los graves problemas a los que nos enfrentamos, singularmente el catalán, y para garantizar una mínima estabilidad política y económica. Los trenes pasan una vez, y consciente de que ensimismado con una pequeña parte de la militancia socialista, alejado de sus votantes naturales que desprecian su liderazgo, ayuno de un proyecto colectivo más allá de la consecución de pequeñas esferas de poder y con unas perspectivas electorales pobres, Pedro Sánchez se ha percatado de que o es presidente ahora o no lo será jamás y para ello ha perpetrado la presentación de una moción de censura cuyo éxito constituiría una catástrofe de niveles insospechados.

Lleva razón el presidente Rajoy cuando denuncia la deslealtad del comportamiento del socialista y que, más allá de la evidente gravedad del contenido de la primera de las sentencias del caso Gürtel o de los sucesivos episodios de corrupción que vamos conociendo, no obedece más que a la voluntad de Sánchez de convertirse en presidente a cualquier precio. Ahora bien, tan cierto es ello como que la tozudez de Rajoy en no forzar unos cambios imprescindibles en el partido, su control hegemónico del partido -en el que las voces disidentes no van más allá de preocupados off the records o de charlas informales- y su voluntad declarada de aguantar pase lo que pase, puede hacernos pensar que también ha tomado decisiones sin importarle demasiado el precio de las mismas.

Por desgracia el resultado de la moción no está ya en manos de Rajoy y su capacidad de maniobra es limitada, pero es un clamor, incluso entre la militancia, la sensación de fin de ciclo. Si como muchos esperamos (más bien deseamos) la moción fracasa, la convocatoria de elecciones anticipadas parece inevitable y el PP sólo podrá afrontarlas con unas mínimas garantías de éxito con un nuevo candidato. Se nos ha repetido hasta la extenuación la falsedad de que Rajoy es el mayor activo electoral del PP: hay una legión de quienes no quieren votar a Rajoy bajo ningún concepto. Tan injusto como cierto.

Aunque les ciega la admiración, estoy bastante de acuerdo con los que -como hace mi suegra a diario- nos repiten que ya nos acordaremos de Rajoy. Es verdad. Pero también que debe elegir entre pasar a la historia como el político que evitó la quiebra y la intervención de España o el que abrió las puertas del gobierno al peor de los desastres.

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