Mi señora madre, grande donde las haya, no mejor que otras pero segurísimo que no peor, recibió anoche en el Paraninfo de Rabanales el título que acredita que ha superado el primer ciclo del programa para personas mayores de la UCO. También, por supuesto, lo recibió mi padre, pues Dios en su benevolencia me bendijo con unos progenitores que van de la mano hasta hacer la compra, cansinos ellos en su amor. Seres excepcionales, y ya que sé que es tontería que yo lo diga pues soy tela de subjetivo, pero que simbolizan bien a una generación de personas inquietas y laboriosas que han construido a pulso lo mejor de este país de los demonios. Ya jubilados, cuando podían haber optado por quedarse en casa viendo programuchos del corazón o jugando a los naipes, ellos optaron por pasar las tardes en la Cátedra Intergeneracional, donde han disfrutado de lo lindo. Magníficos profesores los ha acompañado en su camino, que no sólo los han enriquecido a ellos sino que también me han enriquecido a mí. Porque habrá que reconocer que nuestras comidas dominicales, que casi siempre fueron intelectuales, se han enriquecido hasta rayar lo erudito. Es decir, que ahora, mientras le vamos dando con calma al jamón de nuestro pueblo o al queso manchego, no tenemos problema alguno en charlar sobre el Duque de Rivas o sobre la economía internacional, pues de esos temas, entre otros muchos, han tratado sus clases. Mis padres, como creo que se adivina en estas líneas, siempre fueron lectores, personas inquietas, formadas. Pero el ejemplo que nos han dado en la Cátedra no tiene precio, porque lo que nos han demostrado que la educación no es cosas de niños sino que algo que el ser humano, si es como debe, emprende en la infancia para no concluirla hasta que muere. La Cátedra Intergeneracional demuestra exactamente eso, que el ser humano siempre está en construcción. Por eso no me queda sino aplaudir a la UCO por esta preciosa iniciativa y a mis padres por ser como son: vitalistas, curiosos e incansables. En tiempos donde parece que todo está en duda, ellos simbolizan el mundo al que tenemos que aspirar. Si llego a viejo, que me vayan haciendo hueco en la Cátedra porque quiero ser igual que esos viejos magníficos que allí reciben lecciones mientras nos dan lección tras lección. Admirables ellos en el amor por lo único que tenemos: la vida.

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