Puche y Villa

De Puche me acordaba mientras veía ayer trotar feliz a David Villa junto a Sergio Ramos y Andrés Iniesta

Eliodoro Puche (1885-1964) fue un poeta murciano, bohemio, borrachón y modernista tardío. Cansinos-Assens lo retrató con ironía malévola en sus diarios y Juan Manuel de Prada le dedicó un perfil en su libro Desgarrados y excéntricos, centrado en la bohemia de Entreguerras. Contaba allí el escritor zamorano que, ya en la vejez, olvidado por todos y retirado en su Lorca natal, donde dirigía un museito mientras entretenía la vejez con los vinos de la tierra, Puche recibió la visita de una comitiva de escritores en la que estaban Manuel Alcántara, hoy gran patrón del columnismo español, y César González Ruano. En alegre comandita se fueron todos a un bar del municipio y se tomaron unas copas mientras sonreían y se hacían fotos, como si la vieja bohemia perviviese a pesar de haber caído difunta bajo las bombas de la Guerra Civil y las dentelladas del progreso. Para Puche, según se relata en el ensayo De Prada, fue tal día una ocasión de revivir, aunque fuese por unas horas y antes de que llegase el tiempo de la mortaja y el polvo, el escenario de la juventud ilusionada, de sus viejas tertulias madrileñas y sus primeros versos romanticones. De Eliodoro Puche, y de ese instante de regreso al pasado, me acordé ayer mientras veía en la tele al futbolista David Villa trotar sonriente junto a Sergio Ramos e Iniesta en el entrenamiento de la selección española. A sus 35 años y jugado en la liga de Estados Unidos, ni Villa le esperaba que Lopetegui le llamase, pero le llamó y dio pie a este instante maravilloso en el que parece que el tiempo ha vuelto atrás y que la vida no es lo que es: un cirio corto que se quema y se quema y se quema mientras nos lleva de soledad en soledad. Yo he vivido algunos instantes de esos, reencuentros en los que por un momento brilla el fuego sagrado de lo que fue la juventud, y aunque sean falsos, remedos, trampantojos quizá, creo que se viven con mayor fuerza, que se paladean con furor porque ya sabes que son efímeros y porque eres consciente de lo perdido. Comprendo pues a Villa en su felicidad porque no siempre te dan la oportunidad de volver al paisaje y al paisanaje en el que fuiste feliz. De la sonrisa del Villa leyenda a la del Eliodoro Puche borrachín y olvidado hay apenas un paso. La vida nos iguala en su breve fulgor y en su persistente desolación.

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