Celebración

Vivimos una peligrosa deriva intelectual que siente una inexplicable fascinación por todo lo que sea acusatorio y fúnebre

Siempre me ha intrigado esa gente que odia la Navidad porque es una celebración llena de excesos y derroches y falsos afectos. Sí, claro, pero ¿es mejor una vida dedicada al tedio, a la mortificación, al resentimiento? ¿No es mejor intentar pasarlo lo mejor posible en este bajo mundo, siquiera sea una vez al año? Hace casi un mes, cuando murió el cantante Shane MacGowan a la asombrosa edad de 65 años –que para alguien como él, que se había tragado el equivalente a medio Océano Pacífico en cervezas y whiskies, equivalían a 650 años–, supimos que había dejado 10.000 libras en cervezas pagadas para sus amigos en su pub favorito, para que todos pudieran celebrar su funeral bebiendo y cantando. Ah, amigos, he aquí una muestra de enorme amor a la vida que habría encantado a Chesterton y que le habría inspirado un hermoso artículo navideño. Y la cosa tiene más mérito aún porque MacGowan no tenía mucho dinero –hacía siglos que había dejado de actuar y componer– y cualquiera sabe de dónde tuvo que sacar el dinero. Pero el caso es que su invitación queda ahí como ejemplo de una vida que se niega a aceptar esa apestosa ideología contemporánea –tan extendida en las universidades y en los centros de poder cultural– que predica las privaciones y los sacrificios, y que culpa de los males del mundo a todo lo que sea júbilo y abundancia (ahí tenemos a esos presuntos artistas enamorados de la teocracia fanática de Hamas, por ejemplo). Pues no, amigos, Shane MacGowan jamás (no Hamas) los habría invitado a beber en su funeral.

Por supuesto que esto no significa defender los bombardeos sobre Gaza ni aprobar la política de Israel, pero en Occidente se ha producido una peligrosa deriva intelectual que siente una inexplicable fascinación por todo lo que sea rigorista, acusatorio y fúnebre. Todo el mundo se queja –los artistas los primeros– y todo el mundo busca sus cinco minisegundos de gloria exponiendo a los cuatro vientos sus intolerables miserias. Es un fenómeno que resultaría cómico si no fuera tan patético. Por eso emociona ver a gente como Shane MacGowan que todavía creen en la celebración y en la amistad y en la fiesta. Escuchen en Nochebuena su Fairytale of New York, que es uno de los mejores villancicos que se han compuesto nunca, y manden a freír monas a todos esos apóstoles funerarios del victimismo y del resentimiento.

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