He leído el discurso de Pedro Sánchez ante el Comité Federal del PSOE. Debo decir que me parece un buen discurso, relativamente breve, suficientemente hilado y objetivamente funcional. Su contenido material es el que me provoca una seria indignación, una más, ya demasiado frecuente, ya demasiado frustrante.

Dijo Sánchez en el plano central de su intervención como secretario general del Partido Socialista Obrero Español que “… en el nombre de España, en el interés de España, en defensa de la convivencia entre españoles, defiendo hoy la amnistía en Cataluña por los hechos acaecidos en la década pasada.” Así leído, más allá de que se esté o no de acuerdo en la utilización del nombre del país, del interés colectivo y de su propia gente para fundamentar una posición política, parece estratégico, en una suerte de sinécdoque incluyente que los filibusteros a menudo usan. En nombre e interés de España, por la convivencia entre españoles, nada menos. Recuerda, y no vagamente, a un origen y fundamento constitucional. Apariencia de verdad que puede asumirse como hipótesis.

Sánchez repasó fugazmente las críticas apriorísticas sobre dicha posición ahora confesada, inexistente en su reciente discurso electoral si no era para negarla. Abdicó de combatirlas. Dijo que sabría que no podría convencer a quienes nos oponemos, pero nos dedicó un excurso: “A todos ellos y a todas ellas quiero decirles que el coraje también se manifiesta a veces haciendo realidad un dicho español, bien sencillo y bien cierto, y es que hay que hacer de la necesidad virtud”. Se tambalea la estrategia (nombre, interés, convivencia; aroma de momento constituyente, al menos de punto de inflexión audaz para una generación golpeada por torpezas cortoplacistas) y asoma la sospecha de la táctica. Lo concreta: “De la necesidad virtud: porque esta es la única vía posible para que haya un Gobierno en España y no dar a Feijóo y a Abascal una segunda oportunidad de formar un Gobierno que nos haría retroceder décadas en sólo unos años”. Parecía Historia, pero solo es una nueva historia para gobernar. La verdad declarada refuta la hipótesis. Sabedores del engaño, aplausos en pie, salvo excepciones contadas que, aunque críticas, no descarrilarán el vagón de carga y seguidismo que tristemente es hoy el PSOE de Sánchez.

Sánchez, además, si no es poco lo ya frustrado, es inasequible al desaliento. Avanza, subido en una plataforma de sinceridad desconocida que “la amnistía no es un fin en sí mismo, ni es el fin del camino. Es un medio para avanzar en el camino de la concordia y el reencuentro entre catalanes y el resto de españoles”. No sé dónde sitúa el fin del camino; sí, que cualquier recodo le vale para seguir.

Lo llamé Peter porque no le respeto. Ya no. Es Pedro Sánchez. Porque me da miedo.

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