Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El zapatazo

EL verdadero zapatazo se lo dio a Bush Zapatero retirando las tropas españolas de Iraq. Este fue el zapatazo, que también acertó a Aznar de refilón, sólo meses después de que el ex presidente subiera sus zapatos a la mesa de George. La columna de hoy va de zapatazos y también de zapatos, porque una vez que uno sube así los pies sobre una mesa, disfrutando del habano y de la camaradería masculina, hay que resignarse a que la foto pueda perseguirle de por vida. La noticia, claro, es el zapatazo que un periodista iraquí lanzara sobre Bush, un zapatazo que tuvo mucho de metáfora encubierta y de verdad periodística. Ahora, Amnistía Internacional se interesa por los derechos del lanzador, porque después de Guantánamo y el régimen estadounidense en sus cárceles en guerra, con vídeos y fotografías incluidos de los cuerpos desnudos de los prisioneros, la integridad de este periodista arrojador de calzados voladores es normal que preocupe.

Ojalá cada día un periodista le lanzara un zapato a Bush. Así se escribe la columna sola, porque la propia trayectoria te la encuadra, te la va describiendo en la parábola que luego no culmina el lanzamiento, pero qué importa, qué más da si al final el zapato dio o no sobre la frente ágil de George Bush, lo importante es el gesto, el detalle, que es donde radica la minucia literaria de cualquier noticia. Si el periodista en cuestión le hubiera arrojado a Bush un vaso de agua, o una tarta camuflada, la agresión habría sido descarnada, habría sido atacar por atacar, algo que por otro lado gusta mucho a Bush y gustó a Aznar. Sin embargo, la iniciativa de tirarle un zapato a Bush, un zapato cuya suela va pisando toda la inmundicia de los suelos, de la acera y la calle, un zapato curtido por todo un día de oficio que incluso huele mal, un zapato sudado, tiene una equidistancia perfecta y muy exacta con la herencia nefasta de este hombre, un hombre que no tiene reparos en andar por ahí despidiéndose de un mundo que ha dejado peor que cuando vino. Tirarle un zapato a la cabeza a quien ha sido, al menos a primera vista, el hombre más poderoso del planeta, tiene mucho de carga acumulada, decidida y aérea, que se hace ya extensible a quienes apoyaron su dislate, su extraño desvarío.

Como ha dicho algún humorista, ahora Bush y Aznar ya saben que en Iraq sí que hay armas de destrucción masiva: el zapato eficaz del terrorista, que ha ridiculizado a quien ya era ridículo de antes. Al esquivar el zapato, Bush comenzó a reírse, con esa risa suya que tanto compartiera con Aznar y que no es una risa inteligente. Ha sido un presidente que quedará, como sus aliados, a esta altura triste del zapato.

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