La vuelta olímpica

Francisco / Merino

La exprimidora

NI Emilio Vega es la alegría de la huerta ni la situación deportiva por la que atraviesa el Córdoba despierta ningún entusiasmo, así que ayer se hizo casi imposible sacar una sonrisa en medio de una espesa neblina de pesimismo, decepción, pavor y todas esas sensaciones que se abaten sobre el cordobesismo cuando las cosas vienen mal dadas. "Parezco Beckham cuando lo presentaron", dijo el director deportivo del club, en medio de una centelleante nube de flashes, al tomar asiento en la sala de prensa para explicar las razones de la destitución de Paco Jémez. No era necesario. La explicación, digo. Porque el leonés recurrió a los tópicos de siempre, a esa versión calcada que se puede aplicar aquí, en Barcelona o en Cuenca. Trufada de cumplidos pero inapelable como las viejas y crueles leyes del fútbol. Para su principal valedor, Paco Jémez realizó un gran trabajo, pero con errores, sin suerte y, en suma, sin resultados. "Y si la bolita no entra...", apuntó el directivo con el semblante serio de costumbre. Era el único detalle que daba trascendencia a su discurso, impregnado de esa solemnidad que tienen las destituciones en el fútbol, el único lugar en el que es el mismo ejecutor de la sentencia quien después debe glosar la figura del finado. Un trago.

Fuera del habitáculo atestado de periodistas, Rafael Campanero escuchaba a su hombre con unos cascos de antigua generación, modelo Dama de Elche, sonriendo a duras penas. En más de medio siglo, el legendario dirigente de Almodóvar sólo ha puesto en la calle a dos entrenadores: Vavá, el brasileño que eclipsó en el Mundial de Suecia 58 el debut de Pelé, y Paco Jémez, el hijo pródigo que volvía a casa después de una sólida carrera en Primera División. "Ha sido muy difícil", decía el octogenario rector. ¿No había más remedio? Seguramente, no. Jémez se va con unos números discretos -ni más ni menos que los esperados- y, seguro, con un lugar reservado en el podio de los técnicos con peor fortuna en la cincuentenaria historia del Córdoba. Pero lo peor no es carecer de suerte, sino no hacerse acreedor a merecerla. Y el equipo, en claro declive y con un expediente inaguantable en casa, hacía oposiciones al desastre.

el miedo. El Córdoba no había despedido a un entrenador con el equipo fuera de los puestos de descenso desde la época de Escalante, al que le pusieron las maletas en la puerta por no codearse en la lucha por subir a Primera con equipos como el Atlético de Madrid, el Betis, el Sevilla o el Recre en el 2001. Ahora el club sólo piensa en agarrarse como pueda a la Segunda División, en cuadrar rápido las cuentas -necesita 14 puntos de los próximos 33- y cerrar el curso con decoro. Hay que pensar que es factible, por más pánico que exista en estos momentos en las dependencias nobles del club. Si con tres victorias en las últimas veinte jornadas no ha caído entre los cuatro últimos... Paco Jémez dijo que no era un entrenador resultadista, pero la falta de resultados fue su perdición. José González no viene para arreglar un desastre, sino para evitar que se produzca. Lo de Paco ha sido un despido preventivo, una modalidad novedosa en la casa que dejará siempre una pregunta en el aire: ¿Qué hubiera sucedido si Paco, como aseguró con vehemencia Rafael Campanero, hubiera seguido hasta el final pasara lo que pasara?

Si crees que vas a perder, ya vas perdiendo. Anímicamente, el Córdoba es un guiñapo se pongan como se pongan o digan lo que digan los protagonistas. La trituradora ya hizo su función. Ahora José González pulsará el botón de la exprimidora... de jugadores.

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