Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

La brutalidad sensible

SI hasta nos falta Bond, ya, ¿qué nos queda? Porque Daniel Craig no es Bond, es otra cosa. Aunque, seguramente, los guionistas han dado con la tecla y el actor se ha adueñado de ella, le ha dado contundencia y también fragilidad, en esa especie de brutalidad sensible que ahora gusta tanto a las mujeres. El cambio en la franquicia de James Bond, la revisión o la actualización del mito tiene mucho que ver con la visión de hoy, que en lo comercial al menos, como también en la vida, se ha inclinado hacia el lado femenino, como si la igualdad no consistiera en la equiparación, sino en el desnivel inverso. Así, en la nueva peli de James Bond, Quantum of Solace, las únicas chicas que se ven en actitud más o menos erótica son las sombras negras que aparecen en los títulos, quitando la escena de la enviada del consulado, cuando aparece sobre las sábanas de Bond inundada por fuera y por dentro de petróleo: pero ésta es una escena de muerte, de cierta repulsión, y anda muy alejada de cualquier sensualidad. Bond, sin embargo, enseña su magnífico torso de He-Man, campeón de los Masters del Universo, al abrir la puerta de esa habitación, casi con la misma espontaneidad con que lo hacía Sean Connery en Doctor No, pero sin toallita y con los pectorales más compactos.

Bond lo enseña todo o casi todo, pero aquí no hay ni un bikini, ni una espalda desnuda, ni siquiera un escorzo ni la sombra suave de unos muslos. Es como si a este Bond ya lo hubieran castrado de antemano, no fuera a exhibir ese comportamiento machista de James Bond que ha tenido hasta ahora: así, cuando Daniel Craig/Bond se bebe seis martinis no es en un casino ni en el bar del hotel, esperando la curva de un visón con que pasar la noche o la cintura tersa de una espía, sino a bordo de un avión, de noche y sin poder dormir, porque está atormentado por la pérdida de la mujer que amaba. La gran enseñanza moral de la película, al menos para Bond, radica aquí: que todo ese comportamiento histórico de Bond lleva a la perdición, que no hay que seducir a las mujeres, que hay que tratarlas a todas con dedicación amorosa, porque si no la historia acaba mal. Así, en esta cinta Bond no seduce prácticamente a nadie, ni siquiera a la espectacular Olga Kurylenko -una especie de Catherine Zeta-Jones sin exceso carnal-, sino que vaga en pena casi como un Tenorio torturado por su propia leyenda.

En fin, que nos han quitado a Bond, pero no sólo a los hombres: también a ellas, que deberán conformarse con un matón de lágrima resuelta. En la próxima entrega, James Bond ya se habrá vuelto abstemio o célibe.

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