Palabras prestadas

Pablo García Casado / Www.casadosolis.com

La bola del péndulo

AGUARDANDO el momento. Contando cada minuto como granos de arena que se desgajan de la copa superior, con la inquietud del que sabe que el enemigo avanza por la llanura. Los tambores ya resuenan en la débil fortaleza del sofá. Los periódicos anuncian pronósticos fatídicos para los madridistas. Algún columnista ya firma una derrota por la mínima, otros, más realistas, se conforman con una goleada sin sangre, un tres a cero rotundo y sin concesiones. Incluso hay quien espera de todo esto una catarsis que pueda devolver al escudo madridista el brillo que las lesiones y el juego sucio y servil del presidente le han quitado.

Los del Madrid entramos en los bares y en las charlas con los adversarios con el cuerpo de cordero. No sólo con la piel o con la cara. Los que ya tenemos un cierto recorrido sabemos que la relación entre Barcelona y Madrid es siempre pendular, y que si hace apenas seis meses nos paseábamos en Chamartín sobre un Barça en descomposición, hoy tememos que la bola del péndulo nos pegue en la cabeza destrozando nuestras escasas ilusiones.

Todo esto no nos llega de nuevas. El Madrid ha ganado las dos últimas ligas, sobre todo la más reciente, porque había dos factores que los hacían superiores: el factor físico y el factor testicular. El físico lo demuestra cómo se acabó la pasada temporada, con un Walter di Salvo que ahora es defenestrado, pero que hasta hace unos meses era responsable de la recuperación para el fútbol de Raúl. Y luego está el testicular, el de los arrestos, ese sexto sentido que convertía al Madrid en uno de esos malos de película al que le clavan un arpón en el muslo y sigue corriendo. Un equipo que nunca daba su brazo a torcer. Un equipo al que para ganarle hay que desdibujarlo. Sólo esto le queda al Madrid esta temporada. Con la enfermería llena y una plantilla más que descompensada, sólo la entereza moral y la aguerrida vocación de los tipos de la vieja guardia, el Madrid ha conseguido no desplomarse hacia las alcantarillas de la zona media. Porque al menos hay seis equipos en la primera división que, en conjunto, tienen mejores futbolistas. Lo que ocurre es que esta camiseta da alas a quien se la pone.

Esto es lo único que debe temer el Barcelona, a esa vocación rabiosa, a esas brasas que todavía están ardientes después del incendio. Porque está mejor preparado en todas las líneas que el Madrid, desde la portería, con un Casillas que ya es mortal, hasta la punta del ataque, donde nos aferramos a un Higuaín que todavía está iniciando un proyecto de buen futbolista. Atrás quedan memorables tardes de excelencia, donde era un auténtico placer acudir al fútbol, donde el césped era un tapiz de elegancia y tiralíneas y no ese campo de mera supervivencia. No se enfrentan dos maneras de ver el fútbol. Es simplemente la oposición entre la manera de ser y estar en el juego y nuestros colores más primarios. Entre lo que somos y lo que nos gustaría ser. Entre el tiempo presente y el condicional.

Por eso dudo mucho que me siente a ver esta noche el Barça-Madrid. No es que sea de los que se esconden en la derrota, pues yo veo los partidos aunque mi equipo vaya perdiendo. Pero me va a entrar un ataque de melancolía futbolística que no voy a poder soportar. Y si en el mejor de los casos, el Madrid logra sobreponerse a su propia condición de equipo menor y se pertrecha con la adversidad, prefiero ponerme una radio en la oreja y seguir el partido con el vaivén de las voces y los comentarios: prefiero no mirar.

Nada será igual cuando salgamos del Nou Camp. Los madridistas damos por descontada una derrota, y todo lo que venga de más, será bienvenido. Creemos que nuestra liga se reinicia en enero con Juande Ramos y con los nuevos fichajes. Esto es un trago que tenemos que pasar, un mal augurio del calendario. Pero bueno, el fútbol se caracteriza por hacer trizas los pronósticos. Y uno siempre espera, iluso, que la vida empiece de cero cuando el árbitro pite el inicio del partido.

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