Cambio de sentido

Vuelta al cole

Quien estrenaba libros tenía la misión de cuidarlos para legarlos a la siguiente hermana o primito

Una hace lo imposible por esquivar la nostalgia, pero principiando el curso, en los días bisagra entre el olor a aftersún y el aroma a viruta de lápiz, no puedo remediar que me salga la niña crónica que vive en mí, a la que le pirra forrar libros de texto. Bajaba a la librería de la tía Encarnita –que, junto a mi tito Salva, el impresor, componían una pareja como salida de la voz de María Dolores Pradera–, donde me fiaban lo que me hacía falta, y regresaba feliz a la mesa camilla, a cortar forro y celofán y a escribir mi nombre en las guardas. Muchos de ustedes conservarán recuerdos parecidos.

Esto se me venía a las mientes al leer que la vuelta al cole, este año, es la más cara de la historia: 450 euros por chavea, o casi 2.200 si metemos el comedor del curso y dispositivos electrónicos. Me consta que, en mi edad chiquita, septiembre también era tiempo de un desembolso dolorosísimo, y eso que, por fortuna, no gastaba uniforme, mis outfits no eran para ir a la moda sino para estar abrigada, y los zapatos nos los compraban varios números más grandes, que con algodones en la punta al principio, valían para un par de temporadas. Muy importante: quien estrenaba libros lo hacía en usufructo, y tenía la misión de cuidarlos, para legarlos a la siguiente hermana o primito en la línea sucesoria.

Supongo que ahora habrá de todo y en formas muy diversas: niñas y niños que pueden volver al cole a la moda, con tablets, zapatillas de marca y todos los productos de una industria, la infantil, que es una máquina de forjar eternos consumistas; otros nenes mejor criados, es decir, conscientes del precio y del valor de uso de las cosas, y otra chiquillería que se tengan que apañar a duras penas. Lo que me llama la atención es que volver al cole cueste un riñón o se pueda sobrellevar según la comunidad autónoma. La educación está transferida, pero qué menos que llegar a acuerdos a nivel estatal que reduzcan esta y otras brechas escolares. Pocas cosas hay más importantes que la buena escuela, y de eso estamos faltos por tanto bandazo de planes, por tanta tentativa neoliberal de depreciar lo público y porque en cosas como estas es donde compensar las desigualdades viene siendo urgente. Me gusta leer que quienes se beneficien del programa de Gratuidad de libros de texto en Andalucía tienen encomendada aquella vieja misión: hacer un uso cuidadoso de los libros y darlos cuando acaben de aprender con ellos. Algo así educa más que cualquier perorata.

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