Cambio de sentido

Viajes de revancha

Las reconquistas, los expolios, las cruzadas, la guerra de Troya… Viajes de revancha, los de antes

Fue escuchar viajes de revancha y subí la voz a la radio. “Esto es lo mío –pensé–. Ir con un nuevo ligue donde veranee mi ex para refregárselo por las narices”. Tomar venganza tiene demasiada mala prensa para lo liberador que puede llegar a ser. Pero resulta que estos viajes consisten en vengarse ¡de la pandemia! En un contexto de inflación e incertidumbre, te cobran lo más grande para recuperar viajando el tiempo perdido, como si eso –ay, Proust– fuese posible. Por lo visto, te mandan a lugares paradisiacos o a reunirte con tus seres queridos. Y a qué precios. Las reconquistas, los expolios, las cruzadas, la guerra de Troya… Para viajes de revancha, los de antes.

¿Han oído hablar del postlujo? El postlujo es lo más, y no se lo puede permitir cualquiera. La presentadora del programa y su entrevistada dieron algunos ejemplos concretos de turismo de postlujo, que por lo visto es lo que aquí nos interesa, basta ya de modestos veraneantes que se conforman con rechupetear una bola de helado por el paseo marítimo, quedaos en vuestro pueblo, que hay que dejar sitio a los que dejan mucha pasta y además son ecosostenibles –mentira cochina, uno solo con su jet privado esquilma por cien–. Practican lo que llaman lujo silencioso, que consiste en ser tan rico que te gastas una pasta en ir de trapillo, y sus ambiciones vacacionales consisten en curas de sueño, contacto con la naturaleza, meter el móvil en un cajón, charlar al fresco, comer sano… vamos, lo que hace cualquiera en cuanto junta tres días seguidos y se va a su pueblo, pero pagando. Para esta gente, vivir es consumir. Hablaban de la experiencia de sestear, comerse un potaje o tener la tarde sin llamadas con tal fascinación, que me pregunto si, siendo tan ricos, acaso no viven peor que los antiguos aparceros.

Entre estas experiencias trepidantes –seguía el programa– está que un pescador local te lleve a faenar, o echar un jornal en la vendimia. Yo a esto le he visto el filón, y le he propuesto a mi familia –que, como otras muchas de Jaén, tiene su pedacico de tierra– que para la campaña de aceituna monte la cuadrilla con turistas de postlujo, y les cobre 300 euros (poco me parece) por postvarear, postarrastrar fardos, postacarrear espuertas y hacer cola con el postractor en el molino. Me dicen que de eso nada, que les apalean los árboles, se descalabrarían con la piqueta y al final les sale caro. Que no me fíe de nadie que pague por pisar la tierra, dormir a pierna suelta o respirar.

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