Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Teletrabajo desde Waterloo

Los mandos altos y medios no se sienten cómodos con que sus subordinados no estén visibles

Uno de los clichés vigentes reza así: “[El calor extremo, la cotorra verde, la fruta por unidades, el poliamor, el fútbol femenino] ha venido para quedarse”. Durante la pandemia y su apretón del confinamiento se habló mucho del teletrabajo, y te decían: “El teletrabajo ha venido para quedarse”. Pero resultó que esta promisoria revolución de los recursos humanos no iba a ser estructural sino coyuntural; que no había venido para quedarse: que permitir echar las siete u ocho horas diarias en zapatillas con buena wifi era una válvula de escape para las empresas, obviamente en aquellos puestos de trabajo que lo permitían: un ferrallista, un pinche de cocina o un fontanero no pueden trabajar si no es in situ; de momento). Tras una prórroga a regañadientes, todos a la ofi de toda la vida. “Fuese el bicho, y nada hubo”. Con honrosas excepciones (cliché donde los haya).

Esta semana, en The Economist: “La ilusión del trabajo desde casa se desvanece. Ya no es más productivo el teletrabajo que estar en una oficina”. Los hilos de comentarios en esta revista no suelen concitar a pendencieros con seudónimo como en el Twitter español, sino que enlazan argumentos diversos entre gente a cara descubierta y normalmente sensata. Uno de ellos venía recordar que el teletrabajo supuso un gesto generalizado de empoderamiento de los empleados... porque no había otra. Muerto el perro, se acabó la rabia. El teletrabajo no había venido para quedarse. Los mandos altos y medios no se sienten cómodos con que sus subordinados no estén visibles para que se los pueda abordar en directo, a demanda. Para algunos directivos son un rival las reuniones online, con sus altibajos en las conexiones, con su natural brevedad y sus fríos turnos.

La productividad es, en principio, contraria al número de horas que se dedican a una tarea. Los desplazamientos y las charletas –tan de oficina– son grasa improductiva. No desplazarse para trabajar es un bálsamo para la huella de carbono corporativa. Pero muchas personas prefieren ir a la oficina a quedarse a trabajar en casa: la necesidad social de la que habló Maslow es un escalón del gusto de la gente que no valora tanto ser igual de eficaz y eficiente desde su hogar u otro lugar como sentir pertenencia y roce social. O en su casa les falta el aire. El repliegue del teletrabajo es de lamentar por la gente que sabe y aprecia estar a solas. El teletrabajo vino de visita porque quería algo de nosotros. (¿Habrá parlamentarios –sin papeles– teletrabajando en Waterloo, moviendo hilos, y hasta maromas identitarias?)

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