Cambio de sentido

Sólo en verano

En septiembre nos parecerá que, al igual que nos cierran la piscina municipal, nos cierran el mar

Pero no comas las uvas que están junto al camino, criatura. Están llenas de polvo. Adéntrate en la viña, duerme el dueño”, me dijo, y sus palabras me sonaron a parábola bíblica. Pero no eran metáfora, la amiga me estaba tentando a probar aquellas uvitas moradas. Estallé una en la boca, y se me lío en el paladar tal cohetería de sabores, que ríanse ustedes de las texturas y zarandajas de la nueva cocina creativa. Me transmuté en zorra de abad: de la uva bobal pasé a las tempranas, más dulces, y a las agraces, muy astringentes. Estaban tan buenas porque las estaba robando a la caída de la tarde caliente. Y porque olía a higueras. De allí nos fuimos a su huerta, y estuvimos comiendo tomates tomados del tirón de la mata. Eso no lo hacía desde chica, cuando me hartaba de hinojos, alcachofas o moras a pie de matojo, mata o zarza. Y aprendí la palabra combrio y vi la flor del calabacín. Aún quedaba claridad para ir a remojarnos adonde rompía la fuente de agua gélida que cierra las heridas. Allí, tres mosquitos murieron de mi mano mientras me libaban la pantorrilla con gran deseo. De ahí estas tres ronchas. Volvimos caminando por una carretera sin coches, alumbradas por una luna como una paellera, que daba al campo unos tonos oníricos, muy dramáticos. Cenamos coronadas de golondrinas que han hecho su nido bajo techo, en el zaguán.

Pensaba en esta tarde mía del viernes pasado mientras miro en las redes muchas fotos de la luna que llaman del esturión, y escucho en la tele hablar de lluvias de estrellas, y contemplo miles de selfis de rodillas, pinreles o caras broncíneas que tienen de fondo el mar, el atardecer, un contraluz que les recorta la silueta o el jardín donde, con más o menos artificiosidad, nos hacen ver que todo es serenidad, amplitud y conexión con la naturaleza. Es como si lo más normal del mundo se hubiera convertido en algo exclusivo y acotado a un periodo muy concreto de tiempo. No lo digo con ánimo de juzgar a las personas, sino a la ley no escrita que nos da permiso para disfrutar de los cuerpos celestes, los elementos y los paisajes sólo o casi sólo en verano.

Llegará septiembre y nos parecerá que, al igual que nos cierran la piscina municipal, nos cierran el mar, quitan las montañas, retiran la luna y nos conminan a ceñir la mirada de nuevo al suelo. “Pienso que los humanos no desnudan/ bastante sus palabras ni sus hábitos/ ni hacia los astros tienen ya las manos”, Antonio Colinas dixit. Sólo en verano, un rato.

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