Crónica personal

Carmen Ferreras

Pobres niños

VIVIMOS en un país donde parece que los niños no cuentan. "Como no votan", decía días pasados una madre desesperada ante la situación familiar de malos tratos que sus hijos se ven obligados a presenciar. Los niños son testigos involuntarios, como recientemente ha pasado en Guadalajara, de situaciones familiares y sociales comprometidas que pasan por el estupro, las violaciones de familiares, las sevicias infinitas que se practican con ellos, las vejaciones, las torturas psicológicas y los abusos continuados de todo tipo. Nada de lo dicho es nuevo. Sucede todos los días. Hay una sociedad permisiva en exceso con estas situaciones y una Justicia negligente que no actúa o actúa demasiado tarde, cuando ya no hay solución.

Nos escandalizamos por lo ocurrido en el vecino Portugal a Madeleine y por las noticias desagradables que nos llegan de otros países cuando aquí, en España, tenemos para dar y tomar de todo aquello que nos suena ajeno pero que es cercano y real, Cercano y real como el sufrimiento silencioso y silenciado de tantos niños y niñas del entorno social y familiar de cada quien. Lo cierto es que hay indicios, cambios de comportamiento en las actitudes infantiles, pero no tenemos tiempo de detenernos a contemplarlos, escucharlos y analizar esos cambios y, mientras tanto, los niños son las víctimas propiciatorias de los depravados que los convierten en sus oscuros objetos de deseo vergonzoso y venrgonzante.

La pequeña Mari Luz Cortés es una víctima de nuestro tiempo, de nuestra sociedad y de la Justicia que tenemos, ciega, sorda y muda. Una Justicia inoperante y antigua que tiene una curiosa vara de medir los delitos. Castigos largos y duros para delincuentes de poca monta. Y mano de seda para pederastas y especimenes similares. La Justicia debería actuar con rapidez; la Justicia debería estar alerta; la Justicia debería controlar más y mejor de lo que lo ha venido haciendo hasta la fecha. Empezando por la Red de redes donde navegan viento en popa y a toda vela muchos sinverguenzas, disolutos, degenerados, que deberían acabar sus días encarcelados o castrados. Que a nadie le suene fuerte. En países más modernos, en sociedades más avanzadas, se ha propuesto la castración como instrumento para acabar no con la vida pero sí con el problema de los violadores.

No a la pena de muerte. Sí a los medios necesarios para acabar con un problema que, a poco que se profundice, nos escandalizaría a todos, hombres y mujeres. Nos enteramos de una mínima parte de lo que a diario sucede con los niños y niñas en España. Es la punta de un inmenso iceberg que el día que aflore va a inundar de mierda nuestra sociedad. Lamentablemente no saldrán los nombres de todos los implicados.

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