OTRO término tan cordobés como fartusco, lasio, pego o vargas y, sin embargo en desuso (quizá por lo mal que suena), es la frase que da título a este artículo.

Dícese del querer y no poder, del medrar por la cara, de quién sin méritos propios se sitúa donde no le corresponde o del ignorante que va de listo, dictando sentencias torpes sin saber que lo son; entre otras acepciones no academicistas.

En el tajo, sería jactarse de algo de lo que se carece, desde los conocimientos a los cuartos, pasando por el intento de brillito y lustre de moreno playero o club periférico de gente rica; sería traerse saldos del mercadillo del Arenal en bolsas de la gran superficie fina; ponerse cara de arcángel entre nubes de espetos o busto a la entrada de la empresa prestamista; también mantener presidencia patronal de pequeño comercio tras franquiciar el negocio. Así, "porque yo lo valgo", que diría la publicidad.

Aclarado el término y sus personajes, hemos de convenir que "lo hace el cura, el papa y sin ello nadie se escapa", aunque con la cosa de la crisis, se está poniendo algo complicado.

Se podía hacer en botija porque estaban las inmobiliarias, los bancos o las agencias de viajes, dándonos a entender que la vida de los ricos estaba al alcance de los pobres. Y, a falta de mansión en El Brillante, quedaba la parcelita de arrabal de la que presumíamos tela marinera (o rústica en este caso). Pero desde que los políticos no se conforman con un minicampo de aviación y quieren aplicarse la frase que nos ocupa, ya ni chalet para el perolillo va quedando.

Puestos a ver la botija (nunca mejor dicho) medio llena, tampoco tendremos que aguantar las sesiones agotadoras septembrinas de fotos y crónicas exóticas o catetísimas.

Se acabó la diversión, llegó el Fondo Monetario y mandó parar. Asistimos al regreso de los rebañaorzas en el pueblo o en el apartamento de veinte metros mal contados del litoral malagueño, cual sardinas enlatadas.

Pero como a los practicantes de este deporte no les falta arte y figura, se justificarán argumentando que, hartos de grandes hoteles, sesiones al sol o vuelos de siete horas, el turismo rural y las fiestas del pueblo son lo que pita. Temblad aborígenes. Ahora que no se puede (con perdón) peer en botija, a lo peor reparamos en que, más que burgueses y adinerados, se trataba de una piara de fartuscos en manos de los de siempre.

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