Palmeros

Qué bello es palmear a tiranos mientras no se tengan, por supuesto, que padecer. Entre chapuzón, cañita y coquinas

Nicolás Maduro, al que con el pasar de los años se le va poniendo la cara estreñida y el verbo florido del clásico tiranuelo latinoamericano, también tiene por estas tierras nuestras sus palmeros, discontinuos ellos en su aplauso arrobado pero animosos como escolares de calzón corto, pica-pica y piruleta. Y digo discontinuos porque tales palmeros andan por aquí a menudo con las manos a otras cosas, a veces a gambita blanca de Hueva y a veces a jamón de bellota, y por eso no les da tiempo de palmear de manera constante los cutres trampantojos que ha ideado Nicolasón para mantenerse en la poltrona ahora que el chavismo, tras arruinar al país, ha perdido el fervor popular y camina, o eso parece, hacia el atascado sumidero histórico de la utopías marxistas. Muchos de sus más conocidos palmeros andan de hecho estos días disfrutando del veraneo en las piscinacas y en las costas de este país tercermundista y terrible, opresor y oscuro, que ellos no llaman España sino Estado, y por eso es lógico que no tengan tiempo de aplaudir con las constancia que merecen las frases que Maduro soltó el domingo después de ese patético referéndum que montó para quitarse a sus opositores y cargarse así lo poco de democracia que quedaba en Venezuela. Tras felicitarse ufano por una participación imposible del 41% de la población, cifra que observadores imparciales dejan en un 18% y la oposición en un 11, amenazó con llevar a la cárcel a sus rivales políticos, pegó dentelladas contra los medios de comunicación que critican su deriva y se mostró partidario de convertirse él mismo en fiscal tras vituperar a la actual responsable del Ministerio Público, Luisa Ortega, mujer salida del chavismo pero distanciada del alocado madurismo. Un demócrata, como se ve, de los que ya no quedan, de pelo en pecho, del que sus españolitos palmeros se sienten tan orgullos como siempre se sintieron de ese enorme demócrata que fue Fidelón Castro, santo defensor de las libertades y provechosa barba egolatra dedicada al progreso indudable de la humanidad toda. Santos tiene la Iglesia y el comunismo español y palmero también va elevando a estos días a Nicolason a su concurrido santoral entre chapuzón, cañita y coquinas. Qué bello es palmear a tiranos mientras no se tengan, por supuesto, que padecer.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios