Bosque adentro, como una luz nutritiva que busca hacer sosiego de la imperfección, como una fermentación del misterio en la diáspora de sus modulaciones, como un acorde mínimo y bautismal, bosque adentro la poesía de Ramón Andrés nos reconcilia con vibraciones que creíamos extraviadas o agotadas en el lento extrañamiento de los días o en el esguince acelerado de los años, bosque adentro un impacto de música y pensamiento, la sensibilidad del poeta y la densidad del pensador anudadas en la mirada del hombre, todo en su cauce de equilibrio como en un cálculo de electricidades armonizadas, una aventura de bosques sucios de luz, limpios de sombra, fatigados por una itinerancia sensual de animales que saben el nombre de los árboles y mueren en el apellido de la noche, no es posible que una poesía tan profunda sea tan transparente, nunca un bosque nos habló de esta manera.

Poemas que desalambran, aves que fundan un espacio o una gramática en un canto secreto y universal, poemas del alud del ser y el estar, de la expectativa nueva de lo fundamental, siempre génesis. Lumen ha publicado en un tomo, con edición de Andreu Jaume, la poesía reunida de Andrés (el último poemario y una selección de poemas anteriores) y sus aforismos. Aprendemos lenguas pero olvidamos lenguajes, dice el poeta/pensador, que nos renueva el arsenal de los silencios necesarios y conoce el escozor del pájaro y aprendió hace tiempo que la noche nos desea fugaces.

Hay una sabiduría de la quietud y un arte de la contemplación en Andrés, que rehúye el vértigo. Hay la vocación de quien dialoga con el entorno para conocerlo y conocerse, de quien descifra los códigos del paisaje y establece correspondencias en la pauta irrenunciable de un reposo que puede ser lírico y reflexivo al mismo tiempo y que debe serlo. No hay conocimiento en el vértigo, y la emoción, si la hay, es falsa, infantil y precongelada. Hay un caudal de tradiciones en la poética de Andrés, asimiladas, amasadas, filtradas, sometidas a una depuración de la que sale una voz única y finalmente radical.

La fractura del despojamiento revela en la poesía de Andrés una cualidad de música paciente, humilde y silenciosa, música de la mirada que no claudica, versos como semillas de un otoño paralelo, problemático y múltiple, demasiado posible o demasiado humano. Pero no todo lo posible existe, como advirtió Leibniz.

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