DOS mujeres avanzan -avanzamos- por la calle María Auxiliadora. La acera se divide en dos: varios cuerpos en gris para los peatones, un espacio amplio en verde para el carril bici, marcados a su vez ambos sentidos de tránsito. Caminamos en paralelo: una con una maleta grande, la otra cargada de bolsas, de forma que -sin remordimientos de más: junio en el calendario, cinco de la tarde en el reloj- invadimos parte del carril bici, apenas medio sentido. Y he aquí que, al torcer para encaminarnos a la estación, una mujer nos detiene, recriminando que parte de nuestro trayecto haya discurrido por medio metro que no nos correspondía. Nos excusamos: en esos tres o cuatro minutos no ha pasado nadie, nos habríamos apartado de resultar molestas, en todo caso no impedíamos que una bicicleta y su correspondiente bicicletero prosiguieran con su rumbo, porque había espacio de sobra para las ruedas y la persona y sus aliños. Ella nos transforma en Israel, Palestina del urbanismo el carril bici: repite no, no, no, no está bien, ¿eh? No está bien. Camina, es muy mayor, no nos la imaginamos como usuaria habitual de aquello que defiende: pero nos abronca con pasión, igual que si nuestras maletas, nuestras bolsas y nosotras mismas hubiéramos irrumpido en su casa y colapsado su pasillo.

La escena ocurre en Sevilla; ya lo habrán supuesto, o al menos habrán imaginado que -desde luego- no sucede en Córdoba. Por cuestiones cartográficas -recorrer de María Auxiliadora a la estación implicaría una buena y larga media hora-, y por asuntos de ficción: en esa calle no existe carril bici, como en tantísimas otras de la ciudad; y, lo más improbable, aquí no ocurriría nada si dos transeúntes ocuparan el carril al pasear. De hecho: los carriles que mejor conozco, esos que abarcan -es un decir- Carlos III y Agrupación Córdoba, ejercen como aparcamiento fácil y cómodo durante un rato o una tarde. Nadie se queja, nadie reprocha la falta de conciencia: resulta tan cotidiano, importa tan poco que se invada el espacio de todos, que se asume con normalidad. Desconozco si el carril bici ocupa, de nuevo, la actualidad de Córdoba: barriendo las hemerotecas, la noticia significativa más reciente data de finales de junio, al destinar el ayuntamiento casi 470.000 euros del FEIL para remodelar los ya existentes. Yo sigo creyendo que se trata de una infraestructura clave para una ciudad que se quiera moderna, al servicio de quienes la habitan: frente al ruido y el humo de coches y motos, los pedales que no contaminan y defienden otro ritmo. Queda lo más difícil: que quienes aparcan sobre ellos, quienes callan entonces, quienes habitan Córdoba, también lo crean.

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