Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Drogotest

AHORA, con las fiestas, ha llegado pleno el Drogotest. Desde hace varios meses venía ya anunciándose, con algo de premisa improrrogable, un nuevo test de carretera parecido al de alcoholemia pero ocupado, enteramente, del consumo de drogas. El proceso es sencillo: basta una muestra de saliva para saber si el sujeto, conductor en todo caso, está bajo el efecto de una droga, que puede ser cualquiera en su extensión de una turbación de los sentidos. A partir de ahí, si el conductor da positivo, tendrá que enfrentarse, entonces, a una multa de 500 euros y a la resta de seis puntos del carné de conducir, lo que es dejarlo justo en la mitad. La medida es rotunda, igual que es muy rotunda la muerte de cualquiera que no ha consumido drogas, desde la cocaína hasta el hachís, y se encuentra de pronto con la muerte de frente.

El símil, una vez más, puede ser el mismo que venimos usando en la columna: si cualquiera de nosotros, fumado hasta el cogote o colocado, también, hasta lo más hiriente de las fosas nasales, saliera así a la calle, armado de pistola o de revólver, para dedicarse acto seguido a disparar al aire, a las ventanas, y así matara a alguien casualmente, se le juzgaría por homicidio imprudente sin ningún temblor del juzgador. Y resulta que el coche, así entrevisto, es también un arma de matar, un vigor mortífero y cercano, casi un terrorismo asimilado en la mera conciencia de morir, una barbarie firme, exacta, ascendente y continua.

Si cualquier fin de semana, sin necesidad de puente, encontráramos tibios la noticia de que un atentado en Madrid o en cualquier ciudad de España ha sido la causa de la muerte de setenta personas, ciudadanos, declararíamos día de luto nacional, semana y hasta mes de luto, y hasta año negro.

Sin embargo, cada vez que en un puente, o en un fin de semana sin historia, muere ese cantidad de gente con historia en carretera, esa enormidad de historias reventadas en un choque, consecuencia muchas veces de esos homicidas compulsivos, de esos asesinos con carné, de esa gente farruca y sinvergüenza que primero atropella, o se estrella de frente, y después se disculpa entre sollozos cuando no ha digerido bien la copa o la pastilla, nos parece normal, algo previsto, como un impuesto turbio que se paga antes de coger el coche y la montaña, el descanso y la playa.

Este Drogotest nos viene pleno, es un seguro, un apunte más para la vida, escueta y libre, autónoma y festiva, de todos los que cogen el volante sin poner en peligro a los demás.

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