HABLAR de Córdoba y de su Semana Santa es plantear una parte muy interesante de mis vivencias. Es ésta una época de recogimiento, de verdad, una manifestación en la que los creyentes mostramos una parte muy importante de nuestra cultura, que tiene un perfume especial. Mi vinculación con Córdoba, como todo el mundo sabe, me viene por Paloma, mi esposa, y los lazos que me unen con la Hermandad del Caído llegan por medio de Antonio Tejero. Él salía todos los años con el Cristo y hace 15 ó 16 años, cuando Paloma y yo todavía éramos novios, empecé a salir el Jueves Santo detrás del cristo. Desde entonces siempre he intentado estar presente y si no he salido ha sido por algún percance en los ruedos, pero siempre que pueda estaré ahí. En cierto modo, los toreros que acompañamos a esta emblemática hermandad recogemos el testigo de Lagartijo y de Manolete, que fueron hermanos mayores de esta cofradía. Por eso es muy especial para mí que se mantenga esa tradición que también vivo como aficionado. Jesús Caído es el Cristo de los Toreros y eso hace que la gente sea muy cariñosa con todos los profesionales que vamos detrás del paso cada Jueves Santo. Hay momentos muy emotivos en los que la gente nos muestra su cariño y, en mi caso, se me ve como a un hijo adoptivo de la ciudad, como a un torero adoptado. Soy uno más.

Hay momentos muy emotivos este día. La salida de la Hermandad de ese patio, el perfume a azahar, luego el paso por el barrio de Santa Marina, el anochecer con la luna llena de fondo… A veces la procesión llega a calles tan estrechas del Centro de Córdoba en las que apenas cabe el paso y no hay gente, por lo que se producen momentos de recogimiento muy emocionantes. Ocurre igual con las levantás de los costaleros, con la forma que mecen el paso de Jesús Caído. Y luego llega la vuelta al templo, entonces todos nos abrazamos porque estamos allí un año más. Es un momento significativo y de especial devoción.