Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Baloncesto Salsas Musa

EL baloncesto es una fiebre no muy distinta a la literaria que puede modular toda una vida. El baloncesto, como cualquier creación artística, mantiene una corriente interna de idealismo, es un desprendimiento que alcanza perfección en la visión continua de los otros, porque es un juego de equipo donde la conciencia colectiva es naturaleza indisociable: así, decía Magic Johnson que una canasta hace feliz a una persona, mientras que una asistencia, a dos. El baloncesto en Córdoba, como sucede también con otras tantas iniciativas privadas cordobesas, ha sido una continua asimetría entre la voluntad constante de unos pocos, de una resistencia en la canasta entendida como pasión, como fervor que vuelve a renacer tras muchas muertes, y el hastío institucional y a veces cívico, porque no siempre el ciudadano ha secundado a este hermoso deporte, de una plasticidad y una emoción que hoy se hace más fácil valorar, con el presente éxito de la selección española y de la generación Gasol.

Ahora, cuando los jugadores españoles van a la NBA como cualquiera a pasar la noche en Broadway viendo una buena obra, todo el mundo descubre que el baloncesto es un magnífico deporte, y de pronto se valora el trabajo de base, las categorías inferiores, que se ha hecho ya estandarte en equipos históricos como el Joventut y el Estudiantes y fue simiente en Córdoba, que no fructificó. Unos equipos se centraban en la primera plantilla, olvidando el trabajo vocacional y ceñudo, educativo y vital de la cantera, y otros, en cambio, valoraban mucho la cantera porque no tenían primer equipo. Quizá por ese desequilibrio en las propuestas, y también por otras circunstancias como el desinterés de los poderes públicos, el baloncesto quedó, tras sus tiempos gloriosos en los años ochenta, en el viejo poli de la Juventud, en una suerte extraña de limbo y decadencia, en una caída hacia el vacío. Todo esto es muy cordobés: falta de apoyos por un lado, dificultad por otro, ningún estímulo público, y la cancha se queda sin jugar, y se abandona, como ese mismo poli, orillado de tiempo, oxidación y polvo, que aún se mantiene, como homenaje a nuestro mejor pasado imaginable.

Desde hace ya tres años, el Club de Baloncesto Salsas Musa Ciudad de Córdoba decidió no continuar como actor pasivo del derrumbe y pasar a la acción más decidida, aunando así cantera y primera plantilla con potencia hasta llegar a ocupar una plaza en la LEB Bronce, sumando diez escuelas deportivas y todo un engranaje personal hecho de directivos jovencísimos que fueron jugadores hasta ayer, como Leandro Iglesias y Quique Garrido, apuntalados por la presencia de veteranos curtidos como Pichi Arévalo o el antiguo center cordobés Manolo García, que han recuperado el entusiasmo que nunca debió perder nuestro baloncesto cordobés.

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