Atila en Roma

Que un condotiero como Prigozhin acorrale a Putin pudiera significar una modificación del conflicto de Ucrania

Es fácil establecer un paralelo entre el señor Prigozhin, condotiero eslavo en marcha sobre Moscú, y el viejo caudillo Atila, mercenario imperial, cuando detiene su ejército a las puertas de Roma. La naturaleza de ambos sucesos permanece en el misterio. Aún no se sabe qué ha movido al caudillo ruso; y tampoco se conoce qué detuvo al rey de los hunos, cuando ya tenía a la vista las colinas romanas. Rafael pintó aquel episodio figurando a León I, ayudado por San Pedro y San Pablo, como disuasores celestes del invasor. Pero es probable que la disuasión papal tuviera la consistencia del oro. Y tampoco cabe descartar la soldada como agente último en la escaramuza de Wagner.

Ayer mismo, en estas páginas, el almirante Juan Rodríguez Garat conjeturaba en su tribuna la naturaleza shakesperiana Prigozhin, quien se veía impelido a un destino más alto en sustitución de Putin. Pero, como señalaba el propio almirante, la ambición política y la sed de lucro, en el caso de Prigozhin, formarían parte de un único y abrupto camino al Kremlin. Volviendo a Roma, a la Roma renacentista de Clemente VII, recordemos que el saco de 1527, por los ejércitos de Carlos V, fue obra de la tropa mercenaria, que quiso cobrarse los atrasos desvalijando la capital desafecta. El condestable de Borbón, que trató de disuadir a sus leales, murió al escalar las murallas por un arcabuzazo de Benvenuto Cellini. Por su parte, los lansquenetes de Frundsberg, mercenarios luteranos, dejaron funesta memoria de sí, no solo en las paredes del Vaticano, sino en el recuerdo vivo de su siglo. ¿Es un hecho de este carácter –el descontento de los soldados de fortuna–, el que ha obligado a negociar a Putin, como un viejo papa altomedieval, a la vista de las murallas moscovitas?

El silencio de las cancillerías europeas nos inclina a pensar que la situación reviste suma importancia. Que un condotiero como Prigozhin acorrale a Putin pudiera significar, no el fin de la guerra con Ucrania, sino la modificación del conflicto. Una mutación que no implica, necesariamente, un cambio favorable en la contienda. Como sabemos, el saco de Roma, fruto improvisado de una tropa descontenta, resultó un hecho determinante del siglo XVI. Y no parece que Prigozhin haya actuado de manera arbitraria. Según la historiadora Anne Applebaum, Rusia se dirige a un conflicto civil. Si así fuera, sería también un conflicto entre autócratas, en un país con algo más de cinco mil cabezas nucleares. De ahí, quizá, el rígido mutismo de Borrell.

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