El cine, la política, el circo, la vida, el circo de la vida. Casi cincuenta años después de aquel debut underground con Io sono un autarchico, después de haber atravesado y lamentado la decadencia y las traiciones de la utopía comunista y haber batallado desde dentro contra los nefastos años de Berlusconi que aún colean, Moretti busca en este filme con cierto aire de summa y testamento anudar todos esos asuntos, gestos y modos discursivos que han hecho de su cine, con permiso del de Bellocchio, el más importante salido de Italia desde aquellos esenciales años del neorrealismo y sus bifurcaciones autoriales y modernas.
Tras el tramo ficcional más sostenido de su carrera iniciado con La habitación del hijo y culminado con Tres pisos, El sol del futuro retoma el tono y los trampantojos auto-ficcionales de Caro diario y Abril para cerrar un ciclo y alumbrar, como anuncia su hermoso título, otro por venir, quién sabe bajo qué formas y estrategias. Moretti anuda aquí la autobiografía (la suya y la de su personaje) y la crisis de pareja en la madurez, el amor por el cine, la política como compromiso cívico y el universo del circo en un relato múltiple que se entrecruza e impulsa.
El circo funciona aquí como una doble metáfora de la unión del grupo y el espacio para el juego, el combate y la ilusión. También lo hace el cine, que espejea entre su memoria (Cineccittà, Fellini y sus decorados recuperados como fábrica artesanal) y estos tiempos al dictado de Netflix (¡en una hilarante escena para poner en las escuelas de cine!) donde la fórmula, el algoritmo y el espectador narcotizado marcan el destino las producciones globalizadas.
Moretti entra y sale de su película convertido ya, por si quedaba alguna duda, en el gran bufón de su particular comedia del arte. Nunca estuvo el actor-director tan excesivo y preciso en su personaje, su dicción y su manejo del cuerpo, nunca tan liberado para lanzar soflamas y lecciones o para cantar, desafinar y bailar esas canciones (Battiato, Noemi, Aretha, Tenco, Dassin, De André…) que, como siempre, irrumpen de la nada para activar la memoria colectiva e insuflar emoción a los instantes de tránsito.
El sol del futuro, decíamos, ilumina el pasado y anuncia el porvenir. Concilia utopías y viejos deseos con la melancolía del fracaso, celebra el cine (propio y ajeno) como legado y espacio común, vuelca la autobiografía, las filias, fobias y temores, las edades del cineasta y sus huellas (del poncho tricotado de Sogni d’oro al patinete eléctrico como prolongación de su famosa Vespa), para redimirlos, perdonarlos o ahuyentarlos en una forma inteligente y autoconsciente donde el cálculo parece juego y el juego deviene ingeniería de alta precisión.
Cerebral y lúdico, lírico y festivo, irónico y melancólico, lúcido, autoparódico y siempre en búsqueda de nuevas soluciones y transiciones, Moretti alcanza aquí, en una triple pirueta, apelarnos y conmovernos hasta las lágrimas más gozosas en ese desfile final en plena calzada romana donde convoca a elefantes, fantasmas, amigos y cómplices bajo los acordes de la más hermosa marcha circense de Piersanti. Hasta la próxima.