Tribuna

José Antonio González Alcantud

Lo que queda de la contracultura americana

Lo que queda de la contracultura americana

Lo que queda de la contracultura americana

Visto desde Norteamérica siempre se está on the road, en camino. Los libros On the Road y Big Sur de Jacques Kerouac ejemplifican aquella América que bebía en las fuentes de la libertad de las grandes superficies y de las nuevas experimentaciones. Una generación, la Beat Generation, fue desplazada, a voluntad propia, hacia Marruecos, hacia el oriente. Se acumularon en un Tánger de posguerra que es una leyenda, pero también un gran trampantojo de exageradas medias verdades, que sólo Mohamed Chukri, escritor aduendado, con su descarnado relato Pan a secas pudo desvelar. Estoy convencido que hay un exceso de Tánger. El escapismo de los beat, y la adulación local, nos carga.

Otra posibilidad, más castiza, para los jóvenes americanos fue huir a California, a la bahía de san Francisco. Existe en USA la tradición de “ir al Oeste cuando se busca una mayor libertad”, escribe María José Ragué Arias (1941-2019) en su libro, California Trip (1971). Estando aquí y ahora en la bahía leo con fruición lo que contaba la Ragué, testigo de aquella aventura. María José era la compañera sentimental de Luis Racionero en aquel entonces. Ellos, la pareja, llegan en septiembre de 1968 al epicentro de la contestación político-cultural, cuando hace tres años ha surgido allá el movimiento hippie. Racionero de esta experiencia nos dio una Filosofías del Underground, que fue nuestro referente generacional en los setenta, asfixiados por la dictadura, pero asimismo por la ortodoxia ideológica de buena parte de quienes la combatían. A pesar de su importancia, Ragué y su libro, sin embargo, quedaron eclipsados hasta hoy.

El libro de Ragué, inencontrable si no es a precios prohibitivos, constata varias cosas interesantes. Antes de hablarnos de lo contracultural, María José, contra todo pronóstico, señala en la primera página proféticamente: “Los generadores de tales cambios son los computers y los nuevos medios electrónicos de comunicación, que están alterando las costumbres”. Quién podía imaginar esto siquiera. Ella le llama “futurismo”. Yo en la época, más castizo, llegué a ahorrar trabajando de dependiente de zapatería para comprarme una máquina de escribir. Era lo más.

En el volumen la joven Ragué describe el clima contracultural que vive en Berkeley, la universidad donde se acumulan estudiantes críticos, pero también científicos atómicos, responsables en parte de la construcción de la bomba nuclear. Uno de ellos le confiesa sentirse responsable. El texto está articulado en torno a conversaciones con físicos, críticos literarios, arquitectos, líderes sociales. Por él circulan los Black Panther, el movimiento gay, el feminismo, los yippies, los hippies, etc. Algunos de los entrevistados podríamos encuadrarlos hoy en el “anarco-capitalismo” sin duda. Su manera de enfocar el texto es muy moderna, pues emplea una pluralidad de voces, y no solamente las dolientes.

En el libro hace alusión extendida a José Fernández-Montesinos, un ilustre granadino del exilio, que fuera colaborador de otro andaluz trasplantado a América, don Américo Castro, y hermano del alcalde de Granada fusilado en la guerra civil. Montesinos, nos dice Ragué, fue su profesor inolvidable. Montesinos le relata en el libro el peregrinar de cuarenta años fuera de España, su dedicación a la literatura clásica española, y le suelta que a pesar de las bondades no hubiera cambiado la vega de Granada por la bahía de san Francisco, de haber podido. Tienen Monte y la autora una conversación entrañable.

El ambiente de efervescencia crítica en la Sproul Plaza, de Berkeley, al lado de San Francisco, sigue estando presente más de medio siglo después. Ahora lo es por Palestina. La Telegraph Avenue continúa siendo el centro de animación. Los estudiantes en su tiempo se constituyeron en Free University, donde se estudiaban un conjunto de (in)disciplinas, desde cursos de viajes hasta iniciaciones a las espiritualidades orientales. En este ambiente, un científico nuclear, entrevistado por Ragué, que habita en paz con su familia en las colinas del campus se le queja de lo desprestigiados que estaban los científicos, y que en el día de mañana volverían a tener un reconocimiento social. Nos impacta el contraste con hoy.

En esa atmósfera de Dreams California uno queda boquiabierto cuando le piden 30 dólares de entrada para entrar en un museo, en cuya tienda se venden libros sobre arte y capitalismo. O cuando ve pasar un ultramoderno coche sin conductor con un paisaje de fondo de treinta o más drogadictos, que circulan cual zombis casi arrastrándose por los efectos del fentanilo célebre. Distopias del futuro que nuestra mente arcaica acaso no acierta a comprender.

El volumen de Ragué, maravillosamente actual, a pesar de los 55 años transcurridos, tiene pocas señas de uso en la principal biblioteca del campus de Berkeley, y tampoco está traducido al inglés, que yo sepa. Sin embargo, es fundamental para entender la bahía de san Francisco de hoy. Fue una joven española quien lo hizo, no lo olvidemos.

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