Tribuna

salvador gutiérrez solís

La herencia del autor

La herencia del autor

La herencia del autor

Ha llegado a las librerías una novela póstuma de Gabriel García Márquez. En agosto nos vemos es el título de la obra que el Nobel colombiano escribió a principios de este siglo y que, tras trabajar en varias versiones, decidió no publicar y pidió destruir. Evidentemente, su petición no fue atendida, y hoy ve la luz, casi veinte años después. Casos muy frecuentes, o demasiado frecuentes, en la literatura o en la música, fundamentalmente. Hurgar en los baúles de los fallecidos para buscar canciones, poemas o novelas que no salieron a la luz. En la mayoría de las ocasiones, porque sus propios autores decidieron que así sucediera.

Prince, por ejemplo, dicen que dejó centenares de canciones registradas en su estudio de Pasley Park, en aquellas jornadas interminables en las que se encerraba, ajeno al mundo, poseído por la euforia de la droga que lo acabó matando. Prince tampoco quiso que esas canciones, que imagino arrebatadas, sin la calma de la corrección, vieran la luz, y no las incluyó en ninguno de sus trabajos. Aún así, ya han aparecido grabaciones inéditas del músico, y anuncian que habrá más resurrecciones en el futuro.

Especialmente llamativo el caso de Stieg Larsson. Del autor nórdico que hizo de la novela negra un ámbito más amplio, en el que abordar cualquier cuestión, de la ecología a la violencia contra las mujeres, hemos visto como sus apuntes se convirtieron en novela, y hasta han seguido con su célebre saga, Millennium, utilizando a sus personajes fetiches. Hace unos años, encargaron al novelista Carlos Zanón que resucitara al Carvalho de Vázquez Montalbán, aunque en este caso no se trató de restaurar, reparar o reescribir una obra de su autor, sino de continuar una saga.

También nos encontramos las recuperaciones, por no llamarlo de otra manera, de las correspondencias de célebres autores, y ahora me vienen a la cabeza las de Luis Cernuda y Truman Capote. Podemos leer, sin filtro, lo que pensaban de tal y cual autor, sus intimidades, sus miserias y confabulaciones. Me quedaré siempre con los versos de Cernuda, que fue lo que escribió para que todos los leyéramos. Nacieron con esa pretensión.

Indiscutiblemente, los estudiosos celebran estas recuperaciones, ya que con cuantos más datos cuenten de los estudiados, más amplia será la información que posean y mayor la capacidad de análisis. Está claro. Pero, ¿eso está por encima de los deseos de sus creadores? ¿Hasta dónde no es una invasión de la intimidad? No quiero ser mal pensado, pero tengo la impresión de que hay una motivación coincidente, en la mayorías de los casos, en estas recuperaciones de lo que nació para ser siempre inédito: el dinero. No sé cuánto habrá pagado la editorial que ha publicado En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez. Imagino que mucho dinero, ya que nos encontramos ante un autor de dimensión mundial. Un autor global.

En estos días he leído un argumento que no comparto: el derecho de los lectores. Claro que para los lectores de García Márquez es un auténtico acontecimiento una nueva novela, indiscutible, lo que no tengo tan claro es que no se respete la memoria del autor colombiano. Porque no hablamos de un manuscrito encontrado en un cajón y que pasados los años alguien rescata, como puede ser el caso de Kafka. No, es otra cosa.

Pasa y seguirá pasando. Yo tuve la oportunidad de saludar a García Márquez en la FIL de Guadalajara, México, en 2006. Ya estaba muy afectado por la enfermedad, apenas veía, y ante mí encontré a un hombre frágil, recubierto por la fachada del tótem de la literatura. Ese mismo hombre que indicó que En agosto nos vemos fuera destruida, y cuya petición no fue atendida. Sus lectores, ganamos, porque aunque el propio Gabo no quisiera publicar su obra, seguro que su estilo y voz están presentes. Imagino que su nivel de exigencia, en el tramo final de su vida, debía ser muy elevado, y lo que para él no era una obra con la que sentirse conforme, para los demás es ambrosía. Es una teoría. En cualquier caso, en estas resurrecciones siempre navego en la duda. Entre el romanticismo y la chequera. Y ante la duda, qué mejor que tener en cuenta la opinión del propio autor.

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