Tribuna

Pablo Gutiérrez alviz

El callejón de los negros

El callejón de los negros

El callejón de los negros

Las pantallas de las buenas letras sevillanas y españolas se han quedado fundidas en negro. Están de luto riguroso. Sin luz que ilustre a los lectores. Ha muerto Antonio Burgos. El excelente escritor hispalense falleció ayer después de una larga enfermedad. Su último artículo publicado fue premonitorio. Con el título, Dolorosas de luto, hacía alusión a las esquelas del ABC, y remataba con que “…el negro (le) sienta bien…”.

El negro ha sido una constante en su vida. En los oscuros años del franquismo fue un joven rebelde que militó en la oposición a la dictadura. Las pasó negras con el “régimen”. Su certero ensayo Andalucía, ¿tercer mundo? originó un revuelo general: denunció la actitud servil del andaluz frente al centralismo madrileño. Nuestra región, con pésimas comunicaciones y sin industrias, tratada como una colonia en la propia península ibérica.

Practicó en el ABC de Sevilla un periodismo moderno y de alta calidad literaria. Ya iba consolidando su columna diaria conocida como El recuadro. En aquellos años superaba el agotador horario laboral nocturno de la redacción del periódico fumando demasiado tabaco negro.

Siguió escribiendo cada vez mejor y con mayor soltura. También abordó con éxito otras facetas literarias como las de novelista (El contrabandista de pájaros, Las cabañuelas de agosto…), biógrafo (Juanito Valderrama, mi España querida, Curro Romero. La esencia), poeta, pregonero del Carnaval de Cádiz y de la Semana Santa sevillana, letrista de canciones y académico de la Real y Sevillana de Buenas Letras. No puedo detenerme en cada uno de sus premios y reconocimientos. Valga por todos, el más entrañable, el de hijo Predilecto de Andalucía en 2020.

Nunca fue negro de nadie, ni tampoco se sirvió de ningún negro. Su estilo era inigualable. Eso sí, trabajó como un negro. Utilizó con frecuencia el pseudónimo Abel Infanzón, de aroma machadiano.

Muchos lectores desconocen su carácter animalista. El amor a los animales lo concretó en sus libros gatunos. Cabe destacar, Gatos sin fronteras, que contiene un sorprendente capítulo: Defensa del gato negro.

Dominador del articulismo en todas sus variantes, mostraba una exquisita sensibilidad en el obituario. Con Enriqueta Vila, llamaba a estos artículos de “gori, gori”. Y decía que para escribirlos lo ideal era ponerse una túnica de ruan negro, como quizá hizo al redactar su premiado Farol de cruz de guía.

No permaneció en silencio frente a la ETA, cuyos miembros llevaban entonces una capucha negra. Por sus valientes artículos, esta banda terrorista lo intentó asesinar en la misma puerta de su casa. Recuerdo que un día me comentó que los etarras lo quisieron quitar del tabaco con una veloz dosis de “parabellum” en la nuca.

Acuñó una singular expresión sobre la indolencia del ciudadano ante los abusos del poder: “no passa ná”. Nunca se arrugó frente a los mandarines de turno. Últimamente andaba muy preocupado con la negra deriva de España.

Los ambientes extremistas de izquierda le crearon la leyenda negra de ser una persona intransigente, cuando era un monárquico de talante liberal especialmente respetuoso con la legalidad. El ex juez Garzón lo demandó por un “recuadro” titulado Baltasar, rey (del dinero) negro. Y como pueden imaginar Burgos ganó el pleito en todas las instancias.

No obstante, como humano pudo cometer algunos errores (sus puntos negros), derivados de cierto e incomprendido humor negro al que en ocasiones se llega al exagerar la guasa.

Como poeta alcanzó el culmen de la belleza escrita en su prodigioso pregón de la Semana Santa sevillana. Con el tono oral adecuado proclamó que los viejos nazarenos nunca mueren, “…permanecen (en) memorias remansadas del tiempo detenido…”; “…la puerta que conduce más directamente al Cielo es el Arco del Postigo…”. Y la Virgen de los Ángeles de la hermandad de los Negritos.

La negritud la manejó con garbo como letrista. Su famosa Habaneras de Cádiz. Carlos Cano la cantaba, “…la Habana es Cádiz con más negritos…”. Tengo para mí que el origen de esta canción surgió un día que Burgos paseaba por El callejón de los negros de la Tacita de Plata, su ciudad adoptante. Curiosamente, cuando termina este callejón, a pocos metros, empieza la calle Gloria.

Nada más fallecer, el alma de don Antonio sufrió un natural desdoblamiento para transitar simultáneamente por Cádiz y Sevilla. Accedió a la calle Gloria (de la literatura hispana), y llegó al Cielo por el Arco del Postigo, siempre acompañado por unos angelitos negros.

Las pantallas de las buenas letras sevillanas y españolas han de retomar la luz con la memoria eterna del maestro Burgos.

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