Cambio de sentido

¿Ya habéis ‘venío’?

En el súper ya ofertan cacharros que nos llaman a reportarnos: básculas, limas de uñas, agendas, bolis…

Un chiste: ese gato, al que dejan por olvido encerrado en un octavo en Sevilla todo el mes de agosto, cuando el 1 de septiembre escucha al fin abrirse la puerta y ve entrar a sus dueños, les dice (pongo voz de minino): “¿Ya habéis venío?”. Había aprendido hasta a hablar, el pobre. Supervivencia pura. Quienes decidimos o no tenemos más remedio que resistir el verano en ciudades sin costa de este Sur, nos reconocemos en ese gato abandonado. No porque no queden otros gatos pardos con los que escapar por los tejados, sino porque, como contaba en un artículo anterior, en las olas de calor sucesivas, los confinamientos estivales también se vuelven sucesivos. En Colombia aprendí una palabra genial: resistero. Dícese del calor causado por la reverberación del sol. Quién resiste el resistero.

“¿Ya habéis venío?”, es lo que pregunto en silencio –poniendo voz interior y esperanzada de minino– cuando en estos días me cruzo a mis vecinos por la calle. No tengo datos oficiales, pero sí ojos en la cara para comprobar cómo de nuevo se han petado los supermercados y las calles, y los comercios cerrados por vacaciones vuelven a subir las persianas. “¡Ya habéis venío!”, me dan ganas de gritar, gatunamente, y de sentarme junto a los regresados para escuchar, entusiasmada, sus placeres. Lástima que ya me los sé todos, porque los han ido relatando en tiempo real por las redes. En la radio escucho el avance de un programa donde van a explicar cómo volver a la rutina, y en el bazar del súper ofertan cacharros que nos llaman a reportarnos y concentrarnos: básculas, limas de uñas –el salvajismo corporal se va a acabar–, agendas, bolis, tacos de notas.

El gran problema es que regresan o regresamos, muchos y precoces, en la enésima marejada de calor, con las calles en obras, stocks en horas bajas, las inminencias laborales, el cuerpo en otro ritmo. Y, de pronto, sucede que –fuera optimismos– entendemos que volver así resulta insoportable. Calor y gente, tráfico y calles levantadas, las naranjas por las nubes, el banco, ofertas de vuelta al cole. Al igual que la Navidad la empalman con Halloween, la vuelta de las vacaciones ya está entrada en este cardumen caldoso que sólo nos pide huir de nuevo a la playa, o volver a recluirnos a solas en nuestros cuarteles de verano. Regresa la familia junto a aquel pobre gatito, que está feliz de volver a verles. Aunque hay tardes que piensa –pongo voz de minino malo– “ni se os ocurra acariciarme, que araño”.

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