Dos asesinos modernos

Es la densidad urbana, la vida architecnológica, el hombre-masa, quien habilita y persigue estas formas del crimen

En realidad, tendría que decir dos asesinos contemporáneos, puesto que la modernidad empieza con Cristóbal Colón y Piero della Francesca, mientras que el mundo contemporáneo nace, sumariamente, en las apretadas urbes europeas de finales del XVIII. Los dos asesinos a los que me refiero son al viejo Unabomber, recientemente fallecido en la cárcel federal de Carolina del Norte, según se nos recordaba ayer en estas páginas, y el –presunto– asesino de indigentes, nativo del Brasil, que está siendo juzgado en Barcelona, y que aprovechó el confinamiento para ultimar a golpes a tres indigentes. A esta breve nómina podríamos sumarle el nombre de Rubén Galán, el asesino de la baraja, al que Netflix le dedica ahora un documental, glosando su ejecutoria.

¿Por qué contemporáneos? Porque tanto Unabomber (nacido Theodore Kaczynski), como Thiago F. G. y Rubén Galán, resumen o aprovechan dos cualidades del mundo actual. Unabomber, como es sabido, era un brillante matemático que abominó de la tecnología y se marchó a una cabaña en el bosque. Es decir, que el señor Kaczynski no andaba muy lejos, en su repudio de lo artificial, en su prurito naturalista, de Henry Thoreau o de Carl Gustav Jung, promotores del anacoretismo moderno. En cuanto a los otros dos, es necesario recordar que la perdurable fascinación de Jack the Ripper reside en un hecho elemental: en su capacidad para matar aleatoriamente, impunemente, amparado por la oscuridad y la niebla. Pero esta nueva “posibilidad” que descubre el Destripador solo es posible en el hacinamiento de las grandes urbes. Para este asunto me remito a Thomas de Quincey y El asesinato considerado como una de las bellas artes. Lo que revela el Destripador, y el presunto asesino de mendigos, y el asesino de la baraja y tantos otros, es el carácter masivo, indistinto, intercambiable de cualquier individuo, y la infinita posibilidad que se abre ahí para alguien sin compasión y sin escrúpulos.

Unabomber, por su parte, como el viejo Jack, exhibe otra cualidad que obra contra nuestros asentados prejuicios. Unabomber fue un señor extraordinariamente inteligente. De modo que la ecuación que igualaba la bondad con la belleza, y ambas con la inteligencia artística, viene desacreditada por aquellos genios del mal que, cual Moriarty, contemporáneo estricto del Destripador, hicieron del delito una cuestión estética. Es la densidad urbana, la vida architecnológica, el hombre-masa, deshumanizado a la manera orteguiana, quien a un tiempo habilita y persigue estas formas del crimen.

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