Valle, Cunqueiro y otros gallegos

Hay una vinculación entre Galicia y Andalucía, que va mucho más allá de la deuda poética que Lorca pueda tener con Valle

El sábado hicieron años del nacimiento de Valle, uno de los más grandes escritores del XX. Pero al no ser fecha redonda, la sombra de don Ramón, el de las barbas de chivo, ha pasado entre nosotros como una niebla vagabunda. Hay una misteriosa vinculación entre Galicia y Andalucía (los dos “hechos diferenciales” culturales más relevantes de la península), que va mucho más allá de la deuda poética que Lorca pueda tener con Valle. Esto quizá se explique por la proximidad de Portugal, que nos separa y nos une según la monarquía y el siglo. O por la antigua Vía de la Plata, luego Camino de Santiago, cuando los castillos de la “banda gallega” acogotaban ya a los reinos moros del sur. Lo cierto es que en Andalucía hay algunos gallegos vocacionales, entre los que me cuento, que profesamos el discreto culto de Valle, de Cunqueiro, de Camba, de Fernández Flórez, de don Camilo el del premio, pero también de Rosalía y doña Emilia Pardo Bazán, de Torrente Ballester y don Vicente Risco.

Uno de estos gallegos por elección es el poeta Antonio Rivero Taravillo, nuestro corresponsal sevillano en asuntos célticos. Con él me fui, hace ya algunos años, a presentar en Vigo el último libro de Cunqueiro, sus Crónicas gallegas, rescatadas oportunamente por Antonio. El poeta iba, pues, en su papel de editor audaz, mientras que uno iba de escueto prologista cunqueriano. Lo cierto es que, presentado el libro, poeta y prologuista nos fuimos a homenajear a don Álvaro al restaurante El Mosquito, donde se fotografiaran Cunquiero, Pla y Torrente Ballester a primeros de los 70. Naturalmente, no nos atrevimos con aquellos lenguados gordos que tanto impresionaron a Pla; pero sí que, modestos y decididos, atacamos unas vieiras para comenzar, y acabamos, como era nuestro propósito, con unas filloas, muy alabadas por Cunqueiro. Dejo para otro día un artículo sobre los literatos metidos a gastrónomos. Y quede para ahora mismo el recuerdo que tuvimos de las fabulaciones de don Álvaro, una de las cuales era la de presentarse como sobrino de Valle-Inclán, por la rama de los Montenegro, cuando lo cierto es que don Ramón se apellidaba Valle Peña, anticipándose en lo fantasioso a su sobrino postizo.

Por otra parte, a Cunqueiro le gustaba mucho la definición de otoño que da Feijóo: “El tiempo de los graves estudios”. De modo que, llegada la gravedad otoñal, uno acude puntualmente a las páginas de tío y sobrino. No será extraño, querido Antonio, si estas noches quiméricas de noviembre nos cruzamos con Valle-Inclán y nos saluda, ceremonioso, con el brazo que le falta.

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