Soledad

Sería difícil para cualquiera poder explicar el día concreto en el que una persona mayor empezó a sentirse sola

Qué día llega a tu vida la soledad? ¿Qué denominador común detona para que una persona termine sus días, y durante previos largos años, en soledad? Llega en silencio, es traicionera, y remata entre tinieblas. Sería difícil para cualquiera poder explicar el día concreto en el que una persona mayor empezó a sentirse sola. En el que cada mañana el único candoroso abrazo que abarque su piel sean las sábanas de su cama. Será por eso por lo que cientos de personas invadidas por la depresión prefieren no salir de sus lechos durante años al encontrar en esa yacija el único lugar del mundo en el que se siente segura, en paz, a oscuras casi todo el día. Sobreviven sin interesarse por ponerse obligaciones que les aboquen a tener que hacer el mínimo esfuerzo de levantarse y relacionarse con otras gentes. Con historias. De los casi cinco millones de personas que viven solas en España, cerca de la mitad tiene más de 65 años, y siete de cada diez son mujeres. Y, cual amenaza despiadada van acreciendo los hogares unipersonales. Puede que el primer día en el que los descendientes se pueden independizar, los mayores sientan el orgullo porque sus hijos hayan conseguido liberarse de las pesadas amarras de la dependencia de sus padres. Habrían sido años de intentar conseguir una economía que les permita realizar su propio proyecto de vida. Pero, en ese denominador común concurren preocupantes factores sociales similares. Los hijos se van, los padres se quedan en su casa y con la llega de la viudedad entra a habitar entre ellas, la indeseable soledad. Quizá el mayor momento de gloria del día sea salir a la compra y su actividad de cocinar o extremar la casa. El resto de cada jornada la soledad se sienta en su sofá como una conviviente despreciable. Lo viejo se desdeña en nuestra cultura. A lo antiguo se le supone algún mayor valor, pero las cosas son menos valiosas que las personas. Ahora la compañía se contrata. Personas que viven en soledad piden auxilio para que alguien piadoso llame al timbre de su puerta con quien tomar un café edulcorado por una charla con paréntesis de principio y fin de una hora. Una hora a la semana que se convierte en ese corazón que les haga bombear algo de ilusión. Esta es una condena que se va estableciendo en España lentamente a la que le damos la espalda. Los hijos hacen la mudanza, en ellas, siempre se pierde algo querido: muchos hijos dejan olvidados a sus padres. La edad aprisionada por tortuosos huesos, por la belleza huida les desmotiva para quedar con las amistades. ¿Cómo iluminar a la vejez sumergida por tan injusta y silente soledad?

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