Cambio de sentido

Refugios climáticos

Ahora los veraneantes van al norte a practicar ese turismo de lujo que consiste en ponerse una rebequita

Cada vez más ciudades andaluzas comienzan a plantearse la habilitación de refugios climáticos, lugares donde guarecernos de la canícula si vivimos en pisos que se levantaron a toda prisa, con malos materiales, sin aislantes, puras antesalas de nichos. ¿Cómo se pudo perpetrar en tan poco tiempo (unas cuantas décadas) tanto olvido a la hora de construir viviendas y de planear un nuevo urbanismo, desprovisto de soportales, socaires y calles con revueltas donde se entretenga el aire?

Hasta el momento, dos han sido los grandes refugios climáticos de nuestras ciudades: El Corte Inglés y los autobuses urbanos. Sé de ancianos que pasan sus mañanas mirando por la ventanilla, rodeando la ciudad en el circular. Esta estampa estremece como relato mítico, por su fuerza simbólica, pero sobre todo por el desamparo concreto que pone de manifiesto. Por su parte, a los refugiados climáticos de los grandes almacenes se nos reconoce por nuestras estrategias de disimulo: ponemos, sin éxito, cara de clientela. Las calles comerciales y londonizadas del centro se convierten en cañones de refrigeración; las tiendas largan a al exterior mangazos gélidos que refrescan el paso, por lo que suelen ser las más transitadas y, así, fomentan las compras. Se trata de una especie de economía circular pero a la inversa, insostenible. Cuando paso por ellas me pregunto en qué quedaron las medidas de ahorro energético que se trataron de impulsar a propósito de la Guerra de Ucrania, y que tanto soliviantaron a ultraliberales forofos del aire acondicionado a toda vela, luces a toda potencia y de los combustibles fósiles a gogó. A ésos sigue sin interesarles entender que el ahorro energético no es sólo, ni principalmente, un asunto económico.

La noticia de este verano –más allá de la casquería y el rollazo gazmoño en que retozan los clickbaits y tanto post– ha sido que los veraneantes comienzan a trasplantarse a las ciudades del norte, para practicar ese turismo de lujo que consiste en echar en el bolso una rebequita. Los negacionistas del cambio climático se achicharran el culo sin dar su brazo a torcer. Mientras, hay aprovechados que nos venden innovadoras soluciones climáticas (aspersores en terrazas, marquesinas climatizadas, tecnologías punta…), y a qué precio. Nada que supere a las calles con arboleda, y soportales, zaguanes, corrientes, baldeos, el patio, la parra, la domus, la penumbra de la siesta. Más nos valdría comenzar por volver a ser lo que fuimos.

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