Pobrecito español

Habrá muchos españolitos de a pie que estarán engrosando la larga lista de descreídos y escépticos

El pobrecito votante español, ese que, por tradición cultural e ideológica, lleva décadas depositando su papeleta en el partido socialista o en el popular, debe sentirse en estos días bastante perplejo y desvalido. Porque ve, con sorpresa, tanto si ha votado a uno como a otro, que se ha evaporado la ligera esperanza que tenían de aliviar alguno de los problemas nacionales pendientes. Si han elegido al partido socialista han comprobado ya, con espanto, que va a utilizar su voto, en un primer intercambio de cromos, para amnistiar a unos y para devolverles más derechos históricos a otros, amén de comprometerse a introducir, como si se tratase de un mero fuego de artificio, el gallego, el catalán y el vasco, en el alto circuito de las comunicaciones políticas europeas. Una medida simbólica, destinada a complacer, sin lograrlo, egos insatisfechos, que no quieren hurgar en el verdadero motivo de su frustración. Y esto sólo de entrada, pensará nuestro votante, imagínense cuando esta efervescencia separatista todavía solo latente, cobre cuerpo. ¿Quién se ocupará de los viejos problemas que incumben por igual a todos los españoles?

Si el pobrecito español ha votado al partido popular, la insatisfacción no debe ser menor. Sus dirigentes llevan un mes pasmados, sin encontrar un resorte para maniobrar y superar su triste situación. Por eso, habrá muchos españolitos de a pie que estarán engrosando la larga lista de descreídos y escépticos, planteándose a su vez: ¿Cómo es posible que la democracia en España haya llegado a tal extremo, de manera que los dirigentes de sus principales partidos, ante unas elecciones, no expusieran, claramente a sus electores, los principios mínimos que se comprometían a respetar?

Por tanto, hay una serie de preguntas pertinentes que agobian a la gente de la calle: ¿Y ahora, he de esperar cuatro largos años para decirle a los políticos que voté, que no han sabido captar la intención de mi voto y me han defraudado? ¿Qué hacer mientras tanto? ¿Esperar como buen ciudadano educado, pasivamente aguardando, contemplando las contorsiones justificativas de quienes ya me han defraudado, pero en cuyas manos decisorias legalmente estamos y estaremos hasta las próximas elecciones? ¿Es posible emprender alguna otra iniciativa? La creación de una opinión pública viva, activa y contundente quizás sea el mejor medio que la propia sociedad civil se ha procurado para contrarrestar desvíos y desmanes personales de los políticos elegidos democráticamente. Y la prensa también es el mejor apoyo para sostener esa necesaria opinión crítica.

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