REGRESAS a casa y te preparas unos espaguetis a la boloñesa convencido de que es el mejor remedio para sanar el maltrecho cuerpo de las hamburguesas, perritos, cervezas y demás fauna que has consumido, a granel, durante los últimos días. Regresas a casa y buscas en las estanterías o en la Red esa canción que te emocionó de madrugada, o aquella con la que brincaste como poseso o esa otra que te sorprendió por desconocida, pero ya no suena igual, es diferente, más plana, menos vital que en ese instante mágico. Regresas a casa y descubres en un bolsillo una de esas monedas de plástico que compraste a regañadientes en su momento y que ahora entiendes como una señal. La gastaré el año que viene, te prometes. Regresas a casa y esa pulsera que tanto te molestó en la muñeca durante tres días parece no querer desprenderse de ti, como si ya formara parte de tu cuerpo. Durante unos segundos, con las tijeras en la mano, te lo piensas, una vez que separes la pulsera de tu cuerpo tendrás la conciencia plena de que todo ha acabado, que los focos se apagaron, que los amplificadores se silenciaron, al menos por este año. Y, en realidad, no quieres que se separe de ti definitivamente. Abres esa caja escondida en no sé qué altillo, y que encierra esos tesoros de incalculable valor en el mercado de los recuerdos: chapas de Depeche Mode, Prodigy o Blur, las entradas de los conciertos de Oasis, The Strokes o U2, camisetas de los Stones, Neil Young o Beck y, claro, otras pulseras: Espárrago03, FIB06, PrimaveraSound09, MonkeyWeek12, 101Sun 14…

Es verano, es tiempo de festivales, abierta la veda. Señale con el dedo cualquier punto de la geografía española y encontrará un festival de música, de mayor o menor repercusión, tradición, presupuesto, popularidad, etc. Como champiñones en un sótano, se han extendido, y también extinguido, en los últimos años, constituyendo una de las propuestas culturales, sí, culturales, que congregan a un mayor número de seguidores. Y es que en los festivales de verano cabemos todos: la chica con la corona floral, el chico que cabecea las canciones que nunca ha escuchado, el puretón en su oasis de juventud, el hipster de barba picuda, el eterno gafapasta, el erudito musiquero, el crítico recalcitrante… Todos, a su manera, buscando revivir sensaciones del pasado o buscando nuevas, conforman una especie de ejército invisible, perfectamente uniformado e identificado gracias a la pulsera, que se va adueñando del césped y de la arena, de las barras laterales, de las colas de la hamburguesería y, sobre todo, de las primeras filas frente al escenario. Y el momento mágico, normalmente, siempre llega, colectivo en ocasiones, cuando la música sale como un vendaval de los altavoces. La emoción del directo, el frenesí contagioso, la energía del rock, la sacudida de los decibelios, púas al aire, cuatro golpes de baqueta, pedaleras junto al pie de micro, los estribillos coreados como el himno de una generación sin dirección postal. La música de tu vida.

El alma de los festivales es la música, indiscutible, pero en torno a ella se producen una serie de sinergias, confluencias, descubrimientos. En primer lugar, desde un punto de vista vital, el encuentro de personas con inquietudes similares, con las que compartes canciones y codazos, recuerdos y emociones, instantes. En segundo, la oportunidad que te ofrecen de conocer y descubrir bandas e intérpretes que nos serían prácticamente imposibles de encontrar en los circuitos habituales. Y en tercer lugar, y no por eso menos importante, el impacto económico que se produce en aquellas localidades que acogen a los festivales. Cualquiera que haya estado en uno, ha podido comprobar los llenos en los establecimientos hoteleros, restaurantes, supermercados y demás negocios, cercanos al evento. Y es que como sucede en buena parte de las manifestaciones culturales interesantes, esas que consiguen atraernos, la economía es un factor esencial. Dinero contante y sonante, puestos de trabajo, de ahí que no entienda la torpeza y la miopía de algunas administraciones y agentes económicos y sociales a la hora de establecer alianzas y olvidarse de las zancadillas, aunque solo sea por la oportunidad material que suponen, olvidemos, incluso, los indiscutibles beneficios culturales. Tomemos nota. Es verano y ya están aquí los festivales, escoja uno y dispóngase a disfrutar. Y cuide de su pulsera.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios