Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Cien días

CIEN días de sonrisas feminoides, cien días de balones hacia fuera, cien días seguidos de descargos de una realidad de zarpa dura que se agarra a los huevos de cualquier gallina, cien días de carne de gallina, cien días sin gallinas en el súper o con las gallinas demasiado caras, cien días de regocijos estatales y de onanismo público. Cien días de descarnada exhibición, cien días de sonrisas impostadas como la del muñeco diabólico, cien días de decidirse a no nombrar el nombre verdadero de la crisis. Los cien primeros cien días del segundo mandato de José Luis Rodríguez Zapatero se han visto propulsados adelante gracias a la labor centrípeta del Partido Popular, que al igual que en los últimos cuatro años se ha encargado de maquillar con eficacia sonámbula los desvíos más untuosos del Gobierno. Del mismo modo que en la anterior legislatura ante cualquier disparate gubernamental saltaba el Dúo Dinámico de Acebes y Zaplana para lanzar un improperio apocalíptico que dejara la pifia del Gobierno en una nadería parvularia, en estos últimos cien días el protagonismo sideral de la crisis del PP ha sido una cortina de humo muy espeso, que ahora se comienza a disipar para regocijo de la moderación en particular y de la ciudadanía en general, porque este país no es que necesite un repaso, sino ese paso nuevo de bisturí dialéctico de una oposición en condiciones: no sólo de hacer la oposición sino también de poder relevar a este Gobierno dentro de cuatro años, si la gente lo vota, sin desentonar en la Europa actual.

Necesitamos una derecha moderada que nos deje dormir tranquilos por las noches. Desde siempre, la gente ha buscado en la derecha poder dormir tranquila por las noches. En estos últimos cien días la intranquilidad ha ido en aumento, y la irresponsabilidad infantil de este Gobierno, encabezado por un primer actor que parece en estado constante de euforia incomprensible, con las manos asidas al feminismo facial, homosexualidad parlante e inmigración pegada a la solapa como una credencial de su bondad, empieza a decepcionar a todas las neveras españolas. Dentro de una nevera no cabe el hundimiento del Prestige, ni la invasión de Iraq, ni las mentiras de Aznar sobre la existencia de armas de destrucción masiva, ni siquiera su acento chicano cabe, ni sus talones de nuevo rico encima de la mesa de estulticia de George Bush, pero tampoco cabe el aborto, la eutanasia, y tantos antifaces añadidos para ocultar la cara de la crisis y no hacer el trabajo de la casa. Dentro de una nevera lo único que cabe es una crisis, esa que el Gobierno se ha negado a nombrar estos cien días, esperando que pase este verano, los incendios de sangre y la falta de titulares, para volver en septiembre con otro nuevo truco de magia adolescente.

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