Cambio de sentido

Bochornazo

El espectáculo de Rubiales nos lo hemos comido a 43 grados. Bochornazo en pleno bochornazo

En las películas buenas, las situaciones inverosímiles y delirantes, la confusión del sentido y los sentidos, se envuelven en un ambiente sofocante, en un tufo a sobaquina. En La ventana indiscreta, James Stewart, entre el sueño y la vigilia, suda la gota gorda y se frota los ojos para intentar aclarar lo que ve. En Pasaporte a Pimlico un barrio indepe londinense procede a su autodeterminación durante una ola de calor. Doce hombres sin piedad se debaten entre la verdad y la sofoquina. Últimamente, los guionistas de La Realidad Studios (mejores que los de Hollywood) están que se salen: el espectáculo en sesión continua que nos han dado Rubiales & Company nos lo hemos comido a 43 grados. Bochornazo en pleno bochornazo. Casting, caracterizaciones y sobreactuaciones de diez, giros de guion trepidantes: de premio Goya.

Menos mal que esta bola de caspa difícilmente digerible se ha ido llenando de matices de los que tirar: obcecación y ceguera machista (me da a mí que, a estas horas, Rubiales sigue sin entender qué ha hecho mal); recapitulaciones íntimas, acerca de las incontables situaciones de machismo desorejao que hemos presenciado o vivido en carne propia en nuestros entornos laborales, familiares, de amistad, de pareja… (agüita con los Rubiales, los Will Smith y otros cavernícolas, con pinta de relamidos, de andar por casa); los usos y costumbres del poder convertido en fuerza (inventar declaraciones de Hermoso, equipararla o culparla, esa Federación advirtiendo a las jugadoras que, así no quieran, tienen que estar en la selección si se las convoca…); el silencio de los corderitos (todo un clásico); la nula honorabilidad e integridad de quienes aplauden con una mano y reniegan con la otra. La huelga de hambre (¡Pasolini y Berlanga al poder!). Y el mundo redes (¡Lumet vive!). Lo más fascinante ha sido el discurso de Rubiales en la asamblea, donde nos ilustró sobre el feminismo falso y vero, política, ética y lingüística. ¡Y sobre sí mismo! No dio explicaciones, dio un pregón. Y prometió billetes de los grandes, como esos borrachos que al segundo güisqui te hablan de sus fanegas de olivos. Si le encargan a Lubitsch parodiar a Preminger, le sale esto. Dejar en evidencia lo que hay no se llama victoria, se llama no permitir ser derrotadas.

Todo esto lo vivimos –plano cenital– bajo el ventilador, la camisa abierta, monda de pepino en la frente, parpadeando, boquipláticas de canícula y estupor. Toma buena, ¡a positivar! Peliculazo.

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