LA TRIBUNA

Grupo Tomás Moro

Córdoba y su catedral, antigua Mezquita

EN los últimos tiempos, la Catedral de Córdoba, viene siendo objeto, como no ocurre con otros templos de su categoría y rango, de polémicas, debates y comentarios procedentes de distintos ámbitos, principalmente de nuestra ciudad, que obedecen a intereses variopintos, ya sean políticos, sociales, religiosos, culturales o turísticos.

Políticamente, desde el progresismo imperante, se ha ensalzado hasta el empalago el concepto de tolerancia en referencia al antiguo esplendor musulmán de la ciudad califal cuando -según dicen- convivían las tres culturas y religiones sin cortapisa alguna en una idílica ciudad de las mil y una noches. La realidad histórica y actual demuestra que no fue, ni es así. No sólo no se respetó antaño la religión cristiana, sino que se persiguió, usurpándose iglesias para transformarlas en mezquitas, como ocurrió con la basílica consagrada al culto de San Vicente, martirizándose y sacrificándose a los cristianos que no renunciaban a su fe, como en el caso de San Eulogio y Santa Flora, por ejemplo. Actualmente poco ha cambiado la cosa ¿se respetan acaso los derechos humanos en los países musulmanes? ¿existe reciprocidad en las relaciones de tales naciones con las democracias occidentales? Es más, sus ritos y reglas se extienden contra viento y marea también en Europa, lo que está provocando la lógica reacción en algunos países sensatos, casos de la prohibición del burka y similares en Francia y del freno a la construcción de alminares en Suiza. En Córdoba, en cambio, se considera políticamente avanzado, desde las opciones progresistas, el uso compartido del templo catedralicio, antigua mezquita y más antigua basílica cristiana, entre los creyentes católicos y los hijos de Alá; así se viene reivindicando, cada vez con más frecuencia, por asociaciones musulmanas de dentro y fuera de la ciudad. Dicha complacencia y actitud política ha provocado que, desde una gran parte de la ciudadanía, se vea natural y democrático el reivindicado uso compartido, y, el no concederlo, como algo carca, propio de posturas intransigentes.

Por otra parte, en el ámbito social de la ciudad juegan un importante papel las hermandades y cofradías. Todos los años, por uno u otro motivo, se plantea debate sobre la estación de penitencia en la Catedral de estas agrupaciones de fieles. Que si este año no baja tal cofradía, que si se cambia el día con otra, que si ésta tiene más antigüedad y debe entrar antes que aquélla, o después, por el efecto estético de la noche cordobesa en la candelería, o por cualquier otra razón peregrina como que el azahar despliega su olor con más intensidad en el Patio de los Naranjos a la luz de la luna, etcétera.

Desde el punto de vista cultural y también turístico, nadie niega que el templo catedralicio, por su carácter de monumento y patrimonio de la humanidad de primera magnitud, haya de compatibilizar el culto católico con un régimen de uso y visitas que permita la admiración por el público en general y además su estudio por los expertos, como ocurre con otros edificios de la cristiandad de interés cultural, artístico e histórico. Dicho esto consideramos necesario que desde la autoridad eclesiástica se extremen precauciones para que la actividad alternativa al uso principal no chirríe ni desentone con su consagración, desde hace siglos, como iglesia principal de la diócesis, sede del obispo y su cabildo, lugar de santificación para los fieles católicos a través de la misa y los sacramentos y de renovación del Misterio Pascual de Cristo. No consideramos que el incremento de las pernoctaciones turísticas ni la concesión de la Capitalidad Cultural dependan de un espectáculo nocturno de luz y sonido en el interior de este templo. No quieran con ello echar fuera responsabilidades los que, aún teniendo la competencia política, no han sabido gestionar otras iniciativas y actividades culturales, turísticas y de ocio ni generar las infraestructuras apropiadas para ello. Lo mismo cabe decir respecto de la celebración de conciertos y recitales o representaciones, no siempre afortunadas en su selección, no debiendo obviarse en ningún caso el examen previo de contenidos y puesta en escena.

En definitiva estamos hablando de respeto a una religión y a su Iglesia, en este caso referida al uso que -entendemos- ha de hacerse de la Catedral de Córdoba, antigua Mezquita. Respeto y consideración que ha de partir de todos los fieles cristianos que integran nuestra Iglesia, que deben actuar en este asunto con el rigor, dignidad y seriedad exigible, y ha de continuar con los que no profesando la religión católica sí que han de respetar la historia, tradición y sentimiento de un pueblo mayoritariamente católico y, desde luego, los derechos fundamentales de la persona, concretamente los de libertad religiosa y de culto.

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