LA feria taurina de Nuestra Señora de la Salud ha terminado y lo ha hecho de tal modo que da la sensación, por su brevedad y por su diluida trascendencia, de que ni siquiera ha llegado a comenzar. Los carteles del ciclo de Los Califas, elaborados por la empresa mexicana FIT Tauromaquia, ya apuntaban de antemano hacia una Feria descafeinada por la falta de novedad y de ambición a la hora de componerla, pero el hecho de que la lluvia echase por tierra el festejo más significativo por su simbolismo, y con el que Finito de Córdoba iba a celebrar su 25 años de alternativa, dio pie a que la propuesta taurina de la Feria de Mayo quedase todavía más deslucida hasta el punto de resultar impropia de una ciudad como Córdoba. Basta en ese sentido ver los carteles de otras urbes españolas y francesas con mucha menos tradición para darse cuenta de que la crisis que padece la fiesta en todo el país a raíz de la recesión económica es por aquí muchísimo más intensa que en otros lugares. Y no se trata, como querrían ver algunos, de que aquí el legítimo movimiento antitaurino, que por supuesto existe, tenga más fuerza o dinamismo que en otros lugares, sino que la gestión que se ha hecho de la fiesta en las últimas décadas ha tenido efectos calamitosos y eso ha provocado que Los Califas sea hoy una plaza poco respetada y que la afición cordobesa se haya visto disminuida hasta el punto de que sea muy infrecuente ver los tendidos como en los grandes días. La Sociedad Propietaria del coso, que al cabo es la principal responsable de lo que ocurre en el albero, debería por su propio bien reflexionar sobre lo que aquí está sucediendo y tratar de adoptar las medidas adecuadas para que Los Califas retome la senda perdida y vuelva a ser una plaza importante y respetada en el calendario taurino español. También la afición, que en Córdoba ofrece un perfil fraccionado y a menudo poco visible, tiene tarea por delante si quiere ponerse en marcha para que sus exigencias no caigan en saco roto un año tras otro mientras la tradición taurina cordobesa se va desdibujando hasta ser una simple caricatura de lo que fue en los buenos tiempos. Y eso no pasa sólo por esperar a la Feria, sino por mostrar un apoyo firme a la cultura taurina en su totalidad y por intentar dar respaldo a los jóvenes novilleros cordobeses que empiezan en la Escuela Taurina y que son el único signo de esperanza que ahora mismo se percibe. Del ciclo de 2016, más allá del éxito de Hermoso de Mendoza en los rejones y de los buenos apuntes de algunos novilleros en la tarde del jueves, no queda sino decir que fue una decepción predecible que ni siquiera el mejor Finito de Córdoba podría haber salvado. Ojalá, por el bien de una cultura que en Córdoba tiene un papel relevante desde hace décadas, algo así no se repita. Ir a peor, eso sí, parece imposible.

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