La muerte de Pepe Urbano nos ha llenado de tristeza y consternación a quienes le conocíamos y queríamos. La vida no es fácil para nadie, pero en el caso que nos ocupa, tristemente fue una lucha constante. Hay quien nace con estrella y hay quien se estrella permanentemente de bruces con la crudeza de una sociedad exigente, competitiva y cada vez más deshumanizada que hace de hombres buenos unos injustos perdedores. El sábado, el Córdoba nos dio una alegría a todos los cordobesistas, porque ganó y porque sigue agarrado a la lucha por el ascenso. Pero para mí y para todos los que apreciábamos al bueno de Pepe volvimos a recibir un duro golpe del club que es propiedad de Carlos González, pero sentimentalmente de todos los cordobeses y de todos los cordobesistas. ¿Acaso no merecía un minuto de silencio Urbano, exfutbolista del club en los años 70 y 80, empleado blanquiverde durante las últimas décadas y encargado de la Ciudad Deportiva Rafael Gómez desde casi la existencia de la instalación? Pues no. Las relaciones del club con el exempleado no eran buenas, eso lo sabia todo el mundo. Puede que el Córdoba tuviera motivos para no hacerlo por posibles errores o situaciones propiciadas por el propio Urbano. ¿Quién no tiene alguna mancha en su curriculum? No sé si la LFP debe o no autorizarlo, pero en un caso como el de Urbano habría que haber dejado a un lado los desencuentros personales en vida y ser generosos y tener altura de miras en la muerte, siempre cruel con todos. En fútbol, como en la vida, no todo es ganar partidos, amasar fortunas, cruzar demandas a quienes nos ofenden, la ley del yo soy más que tú por encima de todas las cosas o aquello de se está conmigo o contra mi... Los negocios no entienden de sentimientos. Es verdad. Pero recuerde Señor González que los suyos no tienen porqué coincidir con los de sus socios o con los de sus aficionados y estaría bien que de vez en cuando usted los respetara. Urbano ya descansa en paz.