Cultura

Cerrando el círculo

Fecha: viernes 23 de julio. Lugar: Teatro de la Axerquía. Lleno.

Por mucho que les hayan echado en cara hasta cansar que su último disco es flojo, no parece que estos londinenses estén sumergidos en depresión alguna. Es más, son capaces de hacer bromas al respecto jurando que Battle for the sun les ha sacado del fango. Para bien o para mal, Placebo, que perviven ufanos en el nuevo siglo, nacieron en los 90 y se dejan influir abiertamente por los 80 e incluso los 70, están en racha. Eso hizo posible que su concierto en Córdoba fuera una nueva diana en las expectativas del festival, además de satisfacer, sin renegar de la calidad, a un público distinto al asiduo, lo que completa el círculo por el que discurren las pretensiones heterogéneas de esta cita anual.

La noche empezó fuerte, y cuando digo fuerte me refiero a excesivamente fuerte. Unos subgraves de bombardeo parecían querer descolgar nuestro estómago y amenazaban con echar a pique la velada. Sobre el escenario, Molko, Olsdal y Forrest no estaban solos. Secundados por otros tres músicos confirmaron que ya no son unos críos, que llega la madurez y con ella una ejecución más sólida y atractiva de sus canciones. Y así armaron un repertorio basado sobre todo en sus creaciones más recientes, dejando un cierto vacío desolador en lo que a temas primerizos se refiere. Por suerte, el sonido mejoró conforme la maquinaria avanzaba, lo que hizo más llevadera la ausencia. Sin abandonar su consabida oscuridad, pero ataviados de blanco y más luminosos en sus piezas más recientes, recios y agresivos con las guitarras, pero ayudados por pasajes pregrabados, no dejaron atrás sus obsesiones andróginas ni los coqueteos con el glam, las referencias a Bowie, a The Cure, a la Velvet o su maridaje estético con las hordas emo, darks y alternativas, que colmaban las primeras filas. Pero lo que más les personaliza es sin duda el timbre de voz de su cantante, que ha sabido buscar su propia definición tras años de influencias abusivas. Junto a su sello, emergía la energía punk habitual en sus discos y la capacidad evocadora y melancólica de unas letras concebidas desde ese paisaje de belleza triste que ya explotaran otros como Suede.

En medio de esa vigorosa puesta en escena el concierto pasó volando. No más de 90 minutos parecía poco tiempo para los 40 euros de la entrada, pero así es la música en directo, unos se pasan y otros no llegan. Bien es cierto que sus canciones están dotadas en conjunto de una agilidad que hace que todo parezca ir a una mayor velocidad. Por eso yo hablaría más de compresión que de brevedad. Tras ellos una inmensa pantalla y ante ellos casi 4.000 personas que celebraron piezas como la conocida Nancy Boy o corearon el ya manido estribillo en castellano de Ashtray Heart, ese que dice "Mi corazón de cenicero", celebraron Battle for the sun o recordaron éxitos como Every you, every me para acabar, antes de bises, con Bitter end.

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