La Soledad

El silencio que sólo rompe una saeta

  • La austeridad y el rigor marcan el desarrollo de un cortejo procesional que no supera el centenar de nazarenos

"Costalero ve despacito. Avanza la Soledad con una pena por dentro por ver a su hijo que va sufriendo y sus costaleros la van meciendo". Es la letra de la primera saeta dedicada a la Virgen de la Soledad en el momento de su salida de la parroquia de Santiago. Sólo el dolor que transmite esta cantaora consigue romper el rotundo silencio que inunda este barrio mientras desfila el cortejo de la hermandad franciscana. Tal es el respeto que infunde la imagen del sevillano Luis Álvarez Duarte que nadie aplaude la intervención de la saetera o la posterior levantá de la cuadrilla de costaleros.

El mismo barrio que el Domingo de Ramos acogió la salida del Santísimo Cristo de las Penas -la talla de mayor antigüedad de Córdoba- llora ahora junto a la Virgen de la Soledad a través de un rotundo silencio y recogimiento. Tal vez por este rigor o por el hecho de que tan sólo unos instantes después está prevista la llegada de los Dolores a la Catedral, el entorno de este templo no bulle como sí lo han hecho otras iglesias a lo largo de la Semana Santa. Sin embargo, este aspecto resalta aún más el momento de la Pasión que representa la hermandad franciscana. Algunos de los fieles y asistentes en general a la salida de la calle Agustín Moreno se refieren precisamente a este detalle y agradecen que no haya tanta "bulla" como la hubo en San Andrés con la estación de penitencia de la Esperanza.

Hasta el propio capataz, José Luis Ochoa, no se atreve a deslucir la estación de penitencia con una voz más alta que otra. Hasta parece que el golpe del llamador es más sutil y que el racheo es menos pronunciado que en otras procesiones. Puede decirse que Ochoa prácticamente susurra a sus costaleros, una forma de dirigirse a la cuadrilla que no deja indiferente a los centenares de personas que acuden al paso de la cofradía de la Soledad. "Éste no da voces como otros", comenta una mujer en voz baja.

Santiago y sus vecinos enmudecen el Viernes Santo como también lo hacen todos los barrios por los que cruza la Virgen de la Soledad en su camino hacia la carrera oficial y, posteriormente, hacia la Catedral, un templo por el que antes han pasado los Dolores y el Santo Sepulcro. A falta de una saeta, apenas si se oye el ruido del pertiguero al golpear la pertiga contra el suelo o el mencionado susurro del capataz a los suyos.

Pero no sólo el silencio y el rigor del cortejo de la Soledad se gana los elogios de los fieles y ciudadanos que acuden a ver a la titular de esta corporación que radica en la parroquia de Santiago. Los enseres y la austera orfebrería de esta cofradía también centran las miradas. Lucen el color oro viejo tanto los faroles como los ciriales, el medallón del pertiguero y hasta el llamador del paso de la Soledad. Pero lo que más llama la atención es la corona de la Virgen, uno de los principales estrenos de la Semana Santa tanto por su calidad artística -obra de Manuel Valera- como por su singularidad. Bien documentados tras leer las referencias a esta cofradía de las que se hacen eco las publicaciones cofrades, como las que edita El Día, no son pocos los que advierten el cambio de corona de la Soledad y admiten que "es mejor" que la anterior.

Sólo en contadas ocasiones las saetas interrumpen el silencio que caracteriza a esta procesión, pero lo suficiente para abundar en el dolor que representa esta imagen y, con la ausencia de aplausos, subrayar que el respeto es máximo hacia esta cofradía.

En lo negativo, también son muchos los que comentan el escaso número de penitentes que acompañan a una Virgen "tan bonita", señala una madre a su hijo. Ni siquiera un centenar de penitentes conforman el desfile de la Soledad, incluidos los componentes del cuerpo de acólitos y los diputados que ordenan el cortejo. Se trata de una cifra muy inferior a los 600 nazarenos que participaron en la procesión del Caído o los que iban a engrosar las filas de la Paz el Miércoles Santo, el cuando la lluvia obligó a suspender los cortejos.

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