Todo un personaje

El actual presidente quizás no se garantice un sitio en la historia, pero sí un lugar en la literatura y en la psiquiatría

El dramaturgo Bertold Brecht en una obra enfrenta a dos políticos. Uno, a pesar de las debilidades que lo acompañan, un día el destino le pide un gesto heroico y entrega sin reparos su vida para salvar a su país. Al otro, no se le conoce distracción ni diversión alguna, solo lo mueve una obsesión: el poder. También un día el destino le obliga a sacrificarse en momento fatídico para su patria. Y como era previsible, este personaje no vacila en dejar que la arrasen con tal de continuar mandando. Se trata de dos figuras alegóricas pero que ilustran la actual situación política española. Porque, en efecto, en la reciente democracia española, a todos los presidentes de gobierno se le han conocido debilidades que, hasta cierto punto, los humanizaban, igual que le sucedía a Churchill, con sus puros y su alcohol. Esta dependencia de pequeños vicios lo acercaban a la gente. Eran grietas defectuosas en los pies de un ídolo, que permitían reconocer que había alguien vivo en los despachos, con flaquezas visibles, ejerciendo el poder. Eso tranquilizaba. Porque instintivamente, la gente de la calle desconfía de un político sin pasiones y sin aficiones confesables. Los prefiere que, cuando menos, recurran al café con leche como estimulante, toquen el piano, cultiven bonsáis, o lean el Marca.

Hace ya más de medio siglo, Marcuse alertó en un libro, entonces leidísimo, contra lo que él llamaba el hombre unidimensional: un personaje obsesivo, producto de los nuevos tiempos, movilizado por un solo deseo, al que lo sacrificaba todo. Aquellos ricos análisis sobre la erótica del poder se han olvidado, pero no han envejecido tanto. Y quizás sirvan todavía para comprender a esos políticos, encerrados en un despacho hermético, cultivando un monoteísmo narcisista y sordo, solo empeñado en aumentar y mantener el poder. Y no hay mejor ejemplo de ello (Marcuse vería una vez más justificada su teoría) que el actual presidente en funciones del Gobierno español. En su comportamiento político solo prevalece y perdura una obsesión, sin distracción frugal alguna, ni ingenuas pasiones menores. Solo se busca y admite aquello que asegura la permanencia en el autosuficiente despacho de la Moncloa. Con ello, además, el presidente quizás no se garantice un sitio en la historia, pero sí un lugar en la literatura y en la psiquiatría. Para descifrar, por dentro, a tal personaje, harán falta nuevos Marcuse y muchísimas páginas. Lo peor es que para cuando se obtenga el diagnóstico no se sabe qué habrá sido de España.

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