Vivo, muertos

Icono de la contracultura, Philip K. Dick se movió entre la lucidez visionaria y el delirio psicótico

En su novela El Reino, un brillante artefacto acogido a su personal manera de combinar la autoficción y el relato real, sobre nada menos que los orígenes del cristianismo, relataba Carrère las circunstancias que atravesaba por la época, principios de los noventa, en que decidió emprender, tras una crisis espiritual y también creativa, un ensayo biográfico dedicado al narrador estadounidense Philip K. Dick. Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos fue el libro con el que rompió el bloqueo y a la vez inauguró, aunque esto no podía saberlo entonces, el tono que caracterizaría su trayectoria posterior. Se trata de un libro extraordinario, obra de un devoto que contagia desde el principio su fascinación, pero a la vez la sustenta y no deja de reflejar tanto el genio del biografiado como sus extravagancias y debilidades, que lo llevaron muchas veces –nunca dejó de “mirar a la oscuridad”– al borde del abismo. Más allá del ámbito de los aficionados al sci-fi, el autor de novelas míticas como El hombre en el castillo, una ucronía en la que especulaba sobre las consecuencias de una victoria del Eje en la Segunda Guerra Mundial, o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, famosamente adaptada al cine con el título de Blade Runner, se convirtió en un escritor de culto y en algo parecido a un icono pop, pero las últimas décadas no han hecho sino confirmar algunas de sus locas intuiciones, que apuntan a los debates más controvertidos e inquietantes de nuestro tiempo. En muchos aspectos un producto típico de la contracultura, Dick se movió entre la lucidez visionaria y el delirio psicótico, pero su interés por la religión, la filosofía y la mística era genuino y se filtra en sus mejores relatos, que son mucho más que marcianadas. En lo personal, Carrère describe el carácter atormentado del escritor, sus fracasos matrimoniales, el abuso de los fármacos, los internamientos psiquiátricos o el trauma por la muerte de su hermana melliza, así como sus experiencias sobrenaturales y las revelaciones que interpretaba como signos de una inteligencia divina o extraterrestre. Obsesionado por la idea de una realidad escindida, Dick acabó asumiendo en propia carne, al más puro estilo conspiranoico, las vivencias extremas de sus personajes, descritas por Carrère en páginas absorbentes que tienen algo hipnótico. Son dignos de elogio el modo sutilísimo en que buscó y encontró reflejos biográficos en los argumentos de sus libros y la libertad de criterio que lo llevó a reivindicar la pertenencia de un autor evidentemente desquiciado, un completo outsider de la poco prestigiosa galaxia pulp, en el canon de la novela norteamericana.

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