La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Váyase, señor Rubiales

Por el beso, sí, por lo que significa, por mentir y por todo lo demás. No es un error menor. Es la gota que colma el vaso

Olga Carmona, Irene Guerrero, Rocío Gálvez y Esther González. Son las cuatro jugadoras andaluzas que han hecho historia en el Mundial de Fútbol de Australia. Dos sevillanas, una cordobesa y una granadina, de Huéscar, que tiene ya medio lista la maleta para continuar su aventura profesional en EEUU (acaba de fichar por el Gotham FC).

El mismo domingo en que ellas levantaron la Copa del Mundo (¡qué pequeña por cierto en comparación con la de ellos!), María Pérez compartía las portadas de los periódicos granadinos con otra hazaña para la hemeroteca: la deportista de Orce estuvo a punto de tirar la toalla en diciembre y, solo unos meses después, se ha reinventado en Budapest y se ha convertido en campeona del mundo de los 20 kilómetros marcha.

Hay muchas más. Unas acariciando la gloria y otras pisando fuerte. Todas, sin excepción, con su particular travesía del desierto. La propia de su especialidad y el extra por ser mujeres. El deporte profesional no deja de ser un espejo de la doble vara de medir, de la brecha de desigualdad, que llevamos años combatiendo en el mercado laboral. Ellos ganan primas millonarias y ellas se divierten; ellos se rebelan y ellas son niñatas y caprichosas que, como mucho, se amotinan.

Para lo bueno y para lo malo, es un deporte de masas como el fútbol el que tiene la oportunidad (y responsabilidad) de torpedear el techo de hormigón y remover los cimientos. De eso tendríamos que estar hablando esta semana tras la victoria de España en Sidney. De cómo equiparar salarios e implantar planes (reales) de conciliación; de cómo potenciar el talento y apoyar a los clubes modestos; de cómo crear cantera.

Pero hay tanto machismo recalcitrante incrustado en el ADN español que no perdemos la ocasión de exhibir nuestras vergüenzas. Con foco mundial. Durante y después. Como ha hecho Luis Rubiales llamándonos “tontos del culo” por criticar que le diera un “pico” a Jenny Hernández en un momento de tanta efusividad. ¿Dimitir por una “equivocación”? Ahí está el punto de inflexión: no es un error menor ni disculpable. Es la gota que colma el vaso, es la pieza que faltaba para completar el puzle. No sé si lo recordarán. Por mucho menos sentenciaron hace unos años a un empresario andaluz. Lo denunció Teresa Rodríguez. El tipo la agarró y simuló un beso en la boca. El caso llegó al TSJA y confirmó la condena. No estamos para “bromas”. Ni entonces ni ahora. Váyase señor Rubiales. Por el beso, sí, por lo que significa, por mentir y por todo lo demás.

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