Silencios culpables

Sánchez ha conseguido con ejemplar disciplina que ningún cortesano ni militante se haya inmutado

Sorprende el silencio de casi la totalidad de lo que podrían llamarse cargos orgánicos del partido socialista ante los acontecimientos que alteran últimamente la vida política española. Entendiendo por orgánicos aquellos cargos que, de una u otra manera, deben su subsistencia política y económica al poder decisorio de la Moncloa. Pero esta ausencia de discrepancia no sorprende a los conocedores de las habilidades de Pedro Sánchez para reclutar a su corte de allegados. Con óptimo olfato los ha sabido elegir de manera que, sobre cualquier rasgo de carácter o ideología, prevalezca una ciega disposición a ejercer un obediente agradecimiento. Y ha conseguido con ejemplar disciplina que, desde dentro del partido, ningún cortesano ni militante, en estos días críticos, haya hecho en público un gesto dubitativo ni se haya inmutado ante una situación difícil de soportar. Todo este acatamiento puede considerarse consecuencia de la astuta y minuciosa maniobra puesta en práctica por Sánchez, tras alcanzar el poder. Conociéndose bien a sí mismo, supo cuáles eran los rasgos que, desde entonces, deberían caracterizar a sus elegidos. En primer lugar: el resentimiento presente en aquellos que creían que, pesar de sus méritos, estaban postergados, u olvidados, por el partido que no había sabido reconocer sus valía. Finalmente, gracias a la llamada de Pedro Sánchez, les había llegada ocasión de mostrar su capacidad. Otro rasgo determinante al llevar a cabo esta selección de cargos lo ha constituido el arribismo, acompañante habitual de políticos oportunistas. Para éstos, lo primordial es colocarse bien, sin importarle que estas prebendas obliguen, después, a mirar hacia otro lado cuando el elector comete infamia tras infamia. Como consecuencia de esta tipo de selección, méritos, convicciones y ética desaparecen del tablero de los valores políticos. Y se instalan con normalidad los usos y costumbres degradados que precisamente el partido socialista buscaba combatir. Al conceder con tan cínica crudeza los cargos y responsabilidades del partido socialista, Pedro Sánchez ha evitado, por esta vez, peligros y deserciones internas. Ha conseguido que, desde sus filas, a pesar de las turbulencias provocadas por su investidura, solo llegue un incómodo silencio. Pero se trata del silencio culpable de quienes se sienten más amordazados que callados. Una vez más, el porvenir de España confluye con la deriva que tome el partido socialista. Un partido que, en los últimos tiempos, ha asumido como consigna una ambición de poder personal, tutelada por un equipo formado en su mayoría por resentidos y oportunistas. ¿Hasta cuándo?

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